Redactado: La Paz, mayo de 1979.
Publicado por vez primera: Bolivia, 1979.
Fuente de la version digital: Partido Obrero
Revolucionario, Sección Boliviana del CERCI, http://www.masas.nu.
Esta edición: Marxists Internet Archive, febrero de
2011.
Federico Engels escribió que "Con el hombre entramos en la historia. También los animales tienen una historia, la de su origen y desarrollo gradual hasta su estado presente. Pero los animales son objetos pasivos de la historia, en cuanto toman parte en ella, esto ocurre sin su conocimiento voluntario; los hombres, por el contrario, a medida que se alejan, más de los animales en el sentido estricto de la palabra, en mayor grado hacen su historia ellos mismos, conscientemente, tanto menor es la influencia que ejercen sobre esta historia las circunstancias imprevistas y las fuerzas incontroladas, y tanto más exactamente se corresponden el resultado histórico con los fines establecidos de antemano".
Pero los hombres no solamente hacen la historia, sino que la relatan y la interpretan y, por esto mismo, han ido elaborando una disciplina intelectual especializada que es la historia, que ha tardado mucho tiempo y pasado por muchas vicisitudes antes de convertirse en ciencia, es decir, antes de poder estudiar el desarrollo y las transformaciones de la sociedad conforme a sus propias leyes internas. Es la interpretación materialista, fundamentada y elaborada por Marx y Engels y profundizada por el marxleninismo-trotskysta, la que permite convertirse a la historia en una ciencia con mucho retardo, en relación con los rápidos avances registrados en las ciencias naturales.
Los hombres viven en sociedad y la finalidad de ésta es la producción. El hombre considerado como un Robinson no es más que una ficción literaria; por vivir en sociedad, en constantes y mutuas relaciones sociales se diferencia de los animales. La historia, en su acepción más amplia, es el recuento e interpretación de los caminos que recorren los grupos sociales en su empeño por producir su vida social, es decir, sus alimentos. La cuestión radica, en definitiva, en saber no solamente qué se produce sino, y básicamente, cómo se produce. Esta concepción, que permite centrar el análisis histórico en el estudio de la preocupación fundamental de la sociedad y del desarrollo de las fuerzas materiales de producción, es propia del marxismo, más concretamente del materialismo histórico El hombre actúa necesaria y socialmente sobre la naturaleza, buscando someter las fuerzas ciegas de ésta a su voluntad: el grado de desarrollo y progreso de la sociedad se mide por el grado de dominio del hombre sobre la naturaleza. La conciencia de la necesidad abrirá el mundo de la libertad.
La propia naturaleza tiene que ser concebida "como un proceso de desarrollo histórico" (como escribió Engels), en el que los factores actúan en inter-relación y en cuyo juego se impone la ley general de que "son todos agentes inconscientes y ciegos".
Contrariamente, los agentes de la historia de la sociedad son "hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines" (Engels). Con todo, tanto la historia de la naturaleza como de la sociedad se rigen por leyes internas de carácter objetivo. La casualidad no es más que la cobertura de la necesidad.
Parecería que la historia es el producto del azar o de una voluntad extra-terrena, porque los resultados contrarían los fines que se proponen los individuos y que entran en conflicto con las voluntades y con lo que hacen otros. Lo que corresponde es descubrir las leyes internas ocultas debajo tanta maraña de pasiones y planes individuales. Detrás de las acciones y de las ideas de los hombres y de los grupos sociales se encuentran intereses materiales, corresponde revelar estos móviles que son los que impulsan el desarrollo histórico. La historia está determinada por la estructura económica material y no por la interpretación ideológica que hacen los hombres de ella conforme a los intereses de la clase social a la que pertenecen. Adquiere trascendencia primordial el comprobar que esa interpretación ideológica es diferente y hasta diametralmente contrapuesta según los hombres sean, o no propietarios de los medios de producción.
Los hombres hacen la historia persiguiendo sus propios fines, pero no la hacen a su capricho (por eso que el resultado de su actividad es no pocas veces lo contrario de lo que se propusieron), sino en condiciones predeterminadas y que son para ellos condiciones objetivas que no pueden modificarlas a su antojo. No se niega el rol del individuo en la historia, sino que se la relieva, pero dentro de determinados límites objetivos que no pueden rebasarlos o trocarlos en sus contrarios. Las condiciones objetivas dentro de las que se ven obligados a actuar los hombres, acaso contra su voluntad, están dadas por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas (un hecho material objetivo), que condiciona la naturaleza de una determinada sociedad. Es en esta realidad que se generan las casualidades, que de manera tan autoritaria frustran los planes de los líderes; la historia no puede comprenderse al margen de ellas: "sería muy cómodo hacer la historia universal si la lucha se pudiese emprender sólo en condiciones infaliblemente favorables".
De otra parte, la historia tendría un carácter casi místico si las "casualidades" no desempeñasen ningún papel. Como es natural, las casualidades forman parte del curso general del desarrollo y son compensadas por otras casualidades. Pero la aceleración o la lentitud del desarrollo dependen en grado considerable de estas casualidades, "entre las que figura el carácter de los hombres que encabezan el movimiento al iniciarse éste" (Marx).
La sociedad, los hombres, son abstracciones que es preciso concretizarlas y para hacerlo se tiene necesariamente que colocar en primer plano las relaciones sociales de producción que son predominantes en determinadas sociedades. Las relaciones sociales de producción son fenómenos históricos y únicamente en los textos existen como una generalidad.
En Bolivia no podemos ignorar que en las ciudades y las minas ocupan un lugar de relieve las relaciones entre proletarios (desposeídos de toda propiedad de los medios de producción) y capitalistas, entre maestros artesanos, oficiales y aprendices; en el agro las relaciones de producción capitalistas son una excepción (concentradas principalmente en el Oriente) y dominan los pequeños productores independientes. La historia entronca en esta realidad y la lucha de los caudillos se ve obligada a subordinársela de manera imperativa.
La sociedad en la que vivimos está escindida en clases sociales diversas, con distintos intereses materiales. La contradicción fundamental entre fuerzas productivas y relaciones de producción (forma de propiedad imperante) se proyecta en el campo social, en la lucha excluyente y que es una verdadera guerra, entre proletariado y burguesía.
"En la historia moderna, al menos, queda demostrado... que todas las luchas políticas son luchas de clases y que todas las luchas de emancipación de clases, pese a su inevitable forma política, pues toda lucha de clases es una lucha política, giran, en último término, en torno a la emancipación económica. Por consiguiente, aquí por lo menos el Estado, el régimen político, es el elemento subalterno, y la sociedad civil, el reino de las relaciones económicas, el elemento decisivo... Del mismo modo que todos los impulsos que rigen la conducta del hombre individual tienen que pasar por su cabeza, convertirse en móviles de su voluntad, para hacerle obrar, todas las necesidades de la sociedad civil cualquiera que sea la clase que la gobierne en aquel momento tienen que pasar por la voluntad del Estado, para cobrar vigencia general en forma de leyes. Pero este es el aspecto formal del problema, que de suyo se comprende; lo que interesa conocer es el contenido de esta voluntad puramente formal... y saber de dónde proviene este contenido y por qué es eso precisamente lo que se quiere... Si nos detenemos a indagar esto, veremos que en la historia moderna la voluntad del Estado obedece, en general, a las necesidades variables de la sociedad civil, a la supremacía de tal o cual clase, y, en última instancia, al desarrollo de las fuerzas productivas y de las condiciones de intercambio" (Engels).
La sociedad concreta es el conjunto de las relaciones de producción y de las clases sociales, de su mecánica que le corresponde. Aquí hay que buscar y encontrar los motivos últimos de los motivos de las acciones de las personalidades descollantes y que preocupan y enceguecen a los historiadores burgueses. Para los clásicos "no es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino que, a la inversa su ser social la que determina su conciencia". Lukács, partiendo de la premisa de Marx de que "las relaciones de producción de toda sociedad constituyen un todo", concluye que es aquí donde tiene que buscarse el punto de partida metódica y la clave misma del conocimiento histórico de las relaciones sociales". Para Marx y Engels la producción y la reproducción de la vida constituyen, en última instancia, el elemento determinante de la historia.
La ley interna del desarrollo de la sociedad capitalista, que permite comprender la actuación de las clases sociales y de sus líderes, se encamina a su negación: destrucción de lo viejo y caduco y, al mismo tiempo, conservación y desarrollo de lo nuevo. El salto cualitativo (revolución) equivale al parto que permite el nacimiento de la criatura que se gestó largamente en el vientre de la vieja sociedad. Para hablar de manera más concreta: la producción socializada, resultado del gran desarrollo de las fuerzas productivas, será emancipada de las cadenas de la propiedad privada burguesa, que ha devenido reaccionaria y contraria al mayor progreso de aquellas.
Si una clase social, su expresión política (el partido) y sus líderes, encarnan a las fuerzas productivas subvertidas, pueden contribuir de manera consciente al cumplimiento, en menor tiempo y con ahorro de energías, de las leyes de la historia, en esta medida son revolucionarios.
Es parte fundamental del marxismo la unidad entre teoría y práctica. El sujeto no observa pasivamente al objeto, sino que actúa sobre él para conocerlo y transformarlo y, al hacerlo, se transforma a sí mismo. Esta pauta metodológica puede ayudarnos a desentrañar el devenir histórico, a revelar sus leyes internas. La actividad sensorial humana debe considerarse como una práctica y a ésta como una actividad crítica, es decir revolucionaria. "La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse como práctica revolucionaria" (Marx). La práctica (o praxis revolucionaria) es, ante todo, la actividad material de la producción social, siendo uno de sus elementos fundamentales la práctica revolucionaria de la clase.
El marxismo es, sobre todas las cosas, un método; lo tomamos y nos servimos de él como tal en nuestro empeño por conocer las leyes internas de la constante transformación de la realidad. "En cuestiones de marxismo la ortodoxia se refiere exclusivamente al método. Esa ortodoxia es la convicción científica de que en el marxismo dialéctico se ha descubierto el método de investigación correcto" (Lukács).
Si el marxismo es, como señaló Trotsky, la realización consciente del inconsciente proceso histórico, es decir, de las tendencias elementales e instintivas del proletariado hacia la reconstrucción de la sociedad sobre bases comunistas. Es claro que, este método refleja las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad.
El historiador se ve obligado a recurrir a un método que le permita aproximarse y conocer la realidad, para interpretarla al revelar las leyes de su transformación. El materialismo histórico es ese método si se lo considera como una manera de abordar la realidad en su conjunto y su transformación y no como un amontonamiento de fórmulas que pretendan suplantarla.
El materialismo histórico, en su acepción más amplia, analiza la sucesión de los diversos modos de producción a lo largo del desarrollo de la humanidad, como consecuencia de sus contradicciones internas, que se exteriorizan en la lucha de clases. Explica la múltiple gama de la actividad humana partiendo del análisis de la estructura económica de la sociedad, considerada por Marx como su anatomía.
Engels definió de la manera siguiente el materialismo histórico: "es el criterio sobre el curso de la historia que busca la causa última y la gran fuerza motriz de todos los acontecimientos históricos, en el desarrollo económico de la sociedad, en los cambios de los modos de producción e intercambio, en la consiguiente división de la sociedad en diferentes clases, y en las luchas de estas clases entre si".
Las formaciones sociales son procesos en continua transformación y los acontecimientos históricos de mayor importancia son aquellos que correspondan al paso de una sociedad a otra. La explicación de esto, que es la columna vertebral de la historia, no se encuentra en el mundo ideológico que los hombres van creando en su afán de interpretar la realidad en la que se mueven, sino en el desarrollo material y objetivo de las fuerzas productivas. El hilo que nos conduce a esa explicación se encuentra a lo largo de la obra de Carlos Marx y de Federico Engels pero, principalmente, en el prólogo a la "Crítica de la economía política" del primero. En dicho escrito nos topamos con un breve y memorable párrafo que sintetiza la ley fundamental del materialismo histórico que puede servirnos de orientación en nuestro empeño por desentrañar el aparente misterio que rodea al desarrollo de la historia:
"En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la estructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social... Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella".
El materialismo histórico es el único método que puede permitirnos analizar la sociedad del presente en su propio desarrollo, revelar las leyes generales de su transformación, es decir, comprenderla como historia.
No se trata de recitar la ley fundamental del materialismo histórico -a veces a eso se reduce la sabiduría de los .marxistas" universitarios-, sino de aplicarla a la realidad social palpitante y siempre novedosa y sorprendente. Al respecto, los bolivianos tenemos un interesante tema sobre el cual meditar.
La historia del marxismo en nuestro país, que arranca de los primeros decenios del presente siglo, puede resumirse en el esfuerzo hecho por descubrir en la estructura económica boliviana la contradicción fundamental. Durante mucho tiempo se partía de un supuesto materialismo histórico esquemático y al servicio del menchevismo contrarrevolucionario: la naturaleza precapitalista del país, la ausencia de una clase obrera capaz de adquirir conciencia y la incipiencia de la lucha de clases. Estos prejuicios anti-marxistas se convirtieron en muros infranqueables que impidieron una interpretación marxista de nuestra historia.
Sólo últimamente se comprendió que el método marxista resulta un valioso instrumento para poner en claro la naturaleza de la estructura económica del país y su contradicción interna. El atraso, parcial y de ninguna manera definitivo, entronca en el poco desarrollo capitalista y, sin embargo, la contradicción fundamental se da entre el choque de las fuerzas productivas (de dimensión internacional) con la gran propiedad privada burguesa, tan íntimamente ligada con la opresión nacional imperialista, esto por una parte, y por otra entre las fuerzas productivas del agro con la propiedad parcelaria. Las convulsionadas luchas políticas del siglo XIX, la falta de estabilidad, el caudillismo y el rezagamiento que dominan nuestros días, se explican en el análisis de esa contradicción y en sus emergencias sociales y políticas. De esta manera se pudo comprender que Bolivia es un país capitalista atrasado y que sus particularidades son la refracción de las leyes generales de la economía mundial en un particular contexto económico-social.
Habría sido imposible captar la realidad boliviana y su historia sin el auxilio de la ley del desarrollo de la economía combinada, coexistencia de diversos modos de producción, base de la teoría de la revolución permanente. Atraso y progreso forman una unidad dialéctica; extremos que se condicionan, mutuamente y que, en determinadas condiciones, uno puede trocarse en la otro. A la luz de esta metodologia es posible comprender por qué el proletariado, poco numeroso y tributario del atraso cultural, emerge como la clase revolucionaria por excelencia, como el caudillo de la nación oprimida, llamado a cumplir sus propias tareas y las que dejó pendientes la caduca burguesía nativa.
Vivimos y pensamos en medio de una sociedad escindida en clases antagónicas, con intereses e ideas excluyentes. Las doctrinas, los deseos y las ambiciones no son más que reflejos subjetivos de los intereses materiales del hombre social concreto, que es aquel que pertenece a una determinada clase social. Desde este punto de vista -el único científico, por otra parte, porque se niega a tomar como referencia al hombre abstracto-, lo fundamental radica en la práctica humana que, al buscar transformar la realidad, permite conocerla . Las formas que adquiere esta práctica social están determinadas, en definitiva, por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, que expresa el nivel al que ha alcanzado el dominio sobre la naturaleza.
La clase social que en determinado momento encarna a las fuerzas productivas, que son las realmente revolucionarias porque determinan la transformación de una sociedad en otra, es la única cuyos intereses históricos coinciden con el conocimiento de la realidad social, esto porque su conciencia, elemento decisivo para hacer efectivo el salto cualitativo o revolución social, parte de la comprensión de las leyes de transformación de esa realidad, es decir, de su verdadera esencia. Si la verdad relativa es la correspondencia de una idea con un fenómeno, el reflejo fiel de la realidad objetiva, únicamente el proletariado de nuestra época es capaz de expresar con fidelidad la estructura de la sociedad capitalista y la única que puede señalar los caminos por los cuales tal sociedad desembocará en otra superior, sin antagonismos clasistas, por tanto humana.
Para Marx no "basta con que la idea reclame la realidad; también la realidad tiene que tender al pensamiento. Entonces se verá que el mundo posee desde mucho tiempo el sueño de una cosa, de la que basta con tener conciencia para poseerla totalmente". La única clase social que puede tener conciencia de la realidad que sufre es el proletariado, pero antes hubo necesidad de que madurasen las condiciones para que el capitalismo se desdoblase y negase en el proletariado, llamado a ser su sepulturero.
La aparición del proletariado y su transformación en clase para sí -vale decir, consciente- ha permitido comprender teóricamente que "el correcto conocimiento de la sociedad resulta ser para una clase condición inmediata de su autoafirmación en la lucha; sólo si para esa clase su autoconocimiento es al mismo tiempo un conocimiento recto de la sociedad entera; y sólo si, consiguientemente, esa clase es al mismo tiempo, para ese conocimiento, sujeto y objeto del conocer y la teoría interviene de este modo inmediata y adecuadamente en el proceso de subversión de la sociedad: sólo entonces es posible la unidad de la teoría y la práctica, al presupuesto de la formación revolucionaria de la teoría" (Lukács). Por eso decimos que el materialismo histórico ha permitido a la historia transformarse en ciencia, lo que ya supone que sea analizada desde el punto de vista del proletariado, pues "cuando el proletariado proclama la disolución del actual orden del mundo, no hace más que expresar el secreto de su propia existencia, él mismo es la disolución fáctica de este orden del mundo" (Marx).
Planteada así la cuestión, el materialismo histórico, que es la expresión misma de la realidad social, constituye un arma de lucha de la clase revolucionaria de nuestra época, es decir, del proletariado. Únicamente éste puede utilizar, plena y conscientemente, el método del materialismo histórico y, al mismo tiempo, vitalizarlo con su práctica creadora.
El desarrollo de la ciencia, por tanto de la historia, es de interés vital para el proletariado -y solamente para él- porque se convierte en el requisito no de su existencia, sino de su liberación. La clase para dejar de ser explotada y oprimida tiene que adquirir conciencia de la misión que le ha asignado el propio desarrollo de la sociedad, vale decir la historia, lo que supone que tiene que apoderarse del conocimiento de las leyes del desarrollo histórico. Los explotados que se incorporan desde las catacumbas de la explotación embrutecedora, del atraso y de una situación en la que la clase dominante no les permiten manejar a plenitud la cultura, tienen necesidad de fusionarse con la ciencia, a fin de dejar de ser asalariados y disolverse en la sociedad de trabajadores libres.
La ciencia marxista es, al mismo tiempo y de manera inseparable, instrumento teórico y revolucionario de liberación del proletariado. Tiene que ser tomado así como una unidad: no hay contraposición entre ciencia y revolución, sino complementación, lo que supone repudiar a la escuela austromarxista.
Las ciencias sociales están estrecha e inevitablemente comprometidas con la lucha de las clases sociales. Berstein, Kautsky y sus seguidores, estuvieron equivocados cuando plantearon que el marxismo para ser ciencia debería emanciparse del punto de vista del proletariado. En oposición, nos identificamos con la tesis de la marxista Rosa Luxemburgo en sentido de que inevitablemente en una sociedad clasista "los caminos del conocimiento burgués y los del conocimiento proletario se dividen". La ciencia será "universalmente humana, no partidista, no clasista, en la sociedad comunista. La ciencia burguesa, que en su momento fue revolucionaria, se ha trocado ahora en vulgar y apologética".
El marxismo, con referencia a la ciencia burguesa, la ha conservado, negado y superado, no rechaza globalmente todo el pensamiento anterior, parte de lo positivo que éste tiene y lo desarrolla.
El pensamiento de Marx representa "en el terreno de la filosofía, de la historia y de la economía, el punto de vista histórico del proletariado; los marxistas son, pues, los ideólogos de la clase obrera".
Según la revolucionaria polaca -R. Luxemburgo- el marxismo se coloca en un nivel superior de comprensión científica porque los problemas y las respuestas son nuevos en él, debido a su posición historicista, a su percepción de los límites históricos del capitalismo, en resumen, por su perspectiva socialista-proletaria. "Dado que... el esclarecimiento en torno a las leyes del desarrollo fue necesario para la lucha de clases proletaria, ésta ha fertilizado la ciencia social, y el monumento de esta cultura espiritual es... la doctrina de Marx".
No es ese el caso del académico, del hombre de gabinete que confunde la vida social, siempre inédita; con los datos fríos y petrificados que guardan los textos y los archivos. El historiador burgués mira los acontecimientos con ojo metafísico, como si estuvieran dados de una vez por todas, como si escaparan a las leyes de la permanente mutación; así defiende la supuesta peremnidad de la propiedad privada, a la que se le atribuye ser parte integrante de la naturaleza humana. Es preciso demostrar a qué realidad concreta y cambiante corresponden las estadísticas y los relatos. Las relaciones sociales constituyen la verdadera trama de la historia y las cifras y las ideas apenas si son su pálido reflejo en la cabeza de los hombres, El académico, pese a toda la capacidad profesional que pudiese tener, representa los intereses de una determinada clase y, desgraciadamente, casi siempre de la burguesía reaccionaria, que, para defender mejor sus intereses y sus privilegios, se ve obligado a encubrir la realidad, a interpretar maliciosamente los datos que arrojan los testimonios de una época, a convertir la historia de los pueblos en una ficción. Está impedido de poder usar consecuente y adecuadamente el materialismo histórico, salvo el caso, de que tuviese el descomunal coraje de enfrentarse a su propia clase y concluir alineándose detrás de los que están obligados a cumplir el papel de sepultureros de esta envejecida sociedad. En tal caso, a la honestidad intelectual hay que añadir el suficiente valor físico para romper las ataduras con la clase de origen, que no solamente proporciona calor de hogar, sino nombradía y predicamento anticipados.
Los historiadores burgueses pueden producir obras eruditas, llenas de trascripcíones y datos, los más talentosos -como es el caso de Gabriel René? apuntar anticipos sugerentes, pero no tienen capacidad para revelar las leyes de la historia. Su incapacidad es una proyección de la naturaleza reaccionaria de la clase social a la que pertenecen o sirven.
No es suficiente el recuento de los acontecirnientos, será preciso demostrar por qué tuvieron lugar así y no de manera diferente, lo que importa comprender las leyes internas del desarrollo de la sociedad. "La historia de la revolución, como toda historia, debe, ante todo, relatar los hechos y su desarrollo. Pero esto no es suficiente. Es menester que del relato, se desprenda con claridad por qué sucedieron de ese modo y no de otro. Los sucesos históricos no pueden considerarse como una cadena de aventuras ocurridas al azar, ni engarzarse en el hilo de una moral preconcebida, sino que deben someterse al criterio de las leyes que los gobiernan" (Trotsky).
Al usar el método del materialismo histórico existe el permanente riesgo de considerarlo un sustituto de la realidad, de reducirlo a una serie de fórmulas y hasta de consignas; el conocimiento de la realidad no puede ser reemplazado por el más refinado eruditismo en el campo de la teoría. Se plantea un problema sugerente. El conocimiento de la realidad no forma parte de la gimnasia mental y si se cae en esta deformación se levantará ante nosotros un verdadero muro que puede apartarnos de tal objetivo, sino que constituye el paso necesario para su transformación. La base de ese conocimiento es la práctica revolucionaria y esta última no puede ser reemplazada por ninguna especulación. La clase obrera es la única cuya práctica conduce a la transformación de la sociedad capitalista, por eso decimos que también es la única que puede revelar la ley de la transformación de aquella. El proletariado se realiza como clase al negarse a sí mismo; en este momento la clase, que es sobre todo práctica revolucionaria, se fusiona con una teoría, que es ciencia. Ahora podemos comprender por qué dijo Marx que la idea cuando penetra en las masas deviene fuerza material. La idea (a este nivel no puede concebirse al margen de la práctica revolucionaria, sino que es su generalización) aparece reaccionando, actuando vigorosamente sobre la estructura económica, no en vano la revolución es un fenómeno superestructural. Al mismo tiempo, la idea revolucionaria, que emerge de la práctica y, a su vez, la impulsa hacia adelante, es conciencia de clase, afirmación de los explotados para así poder emanciparse y diluírse en la sociedad sin clases. El materialismo histórico al permitir comprender la transformación de la sociedad, contribuye también a la formación de la conciencia de clase. Como quiera que esta conciencia es antiburguesa, los académicos de la clase dominante cuando incursionan ocasionalmente en el materialismo histórico, cosa que ciertamente lo hacen con mucha fruición y poco provecho, no están haciendo otra cosa que hurtar en jardín ajeno. No es casual que de la pluma de éstos no hubiese salido nada imperecedero en lo que se relaciona con la interpretación de las conmociones sociales. El interés de clase los ciega.
Los investigadores burgueses se distinguen por tomar una parte del materialismo histórico, por amputarlo de sus aspectos revolucionarios. Casi siempre reniegan de la dialéctica marxista y de esta manera la transforman en metafísica, que así puede servir para justificar la permanencia de la explotación capitalista. La amputación del materialismo histórico importa el desconocimiento de las leyes de la historia, que, sobre todas las cosas, son dialécticas.
Son las masas, marginadas del dominio de la economía, desposeídas de cultura, sin instinto de mando, las que en realidad hacen la historia. No se trata de una conclusión arbitraria, sino del hecho de que los intereses y las ambiciones de los explotados llegan a coincidir con la marcha de la sociedad hacia estadios superiores. De una manera general, las ambiciones de los hombres y de los grupos sociales pueden ser mezquinas e inconfesables, esto cuando son la expresión de corrientes retardatarias, pero pueden ser también palanca de progreso y llegar a identificarse con la aspiración de un orden social sin explotadores, lo que es posible cuando esas ambiciones se identifican con las tendencias revolucionarias, entonces aparecen los héroes, que en esta época de convulsión y transformación sociales, se encarnan en los políticos revolucionarios. Entendámonos: revolucionarios son, en nuestra época de decadencia del régimen capitalista, los que propugnan la destrucción de la gran propiedad privada y luchan por efectivizar este objetivo; conservadores los que se empeñan en perpetuarlo, aunque se atrevan a imitarlo y reglamentarlo. Estas consideraciones son válidas también para la atrasada Bolivia.
Las masas hacen la historia porque son la expresión social de las fuerzas productivas, en esta medida encarnan las tendencias elementales e instintivas que pugnan por romper la carcomida cobertura de la gran propiedad privada de los medios de producción para sustituirla con la socialización de estos últimos. Las masas, aun encontrándose en un estado inconsciente, son las protagonistas de la historia, de las transformaciones que ellas las modelan con sus manos, inclusive sin jamás haberlas proyectado. El proletariado en sí us ya instinto comunista por el lugar que ocupa en el proceso de la producción.
Cuando se trata de escribir la historia se tropíeza con un enorme obstáculo: los teóricos y los historiadores profesionales generalmente son recolectados en las trincheras reaccionarias. En este caso la interpretación es nada menos que la deformación, deliberada o no, de los hechos históricos y los sesudos trabajos que se escriben rehuyen deliberadamente afrontar el análisis de la esencia de la transformación de la sociedad.
Lo ideal seria que la historia sea escrita también por quienes la hacen, lo que, de manera general, no es posible porque estos protagonistas están marginados de los beneficios de la cultura y su actividad cotidiana les impide trocarse en escritores.
Las clases oprimidas de nuestra época, y en esto se diferencian de la burguesía revolucionaria del pasado, sólo pueden expresar conscientemente sus intereses, es decir adquirir conciencia, gracias a la mediación de su partido político que, casi siempre, comienza como un núcleo de intelectuales provenientes de la clase media, pero que ideológicamente se proletarizan, vale decir que teóricamente comienzan a identificarse con los intereses históricos del asalariado. Para las masas sojuzgadas, más que para la burguesía, su estructuración en partido político se convierte en el camino obligado para hacer posible su liberación. Si alguna utilidad tiene el estudio de la historia, que para los clásicos del marxismo no es más que la historia de las luchas de las clases sociales, es la de demostrar que la revolución proletaria, el camino único que puede conducirnos a la sociedad sin (lases, se da únicamente cuando las masas mayoritarias subvertidas actúan bajo la dirección política de la clase obrera.
Cuando los protagonistas de la historia, es decir, los que la hacen cotidianamente, no son al mismo tiempo historiadores, porque –repetimos- la sociedad les cierra la posibilidad de moverse libremente en el campo de las ideas, la historia concluye siendo deformada por los intereses de la clase dominante, que hasta cierto punto tiene la posibilidad de capitalizar momentáneamente en su favor todo lo que hacen las masas. Los explotados para emanciparse tienen que resolver un descomunal problema y que consiste en hacer reflotar las verdaderas causas materiales de sus acciones, de sus ideas y de sus pasiones, lo que equivale a decir que tienen que sacar ventaja de la verdadera historia del país, es el camino inexcusable que deben recorrer en su empeño de trocarse en clase para sí y únicamente ésta puede emancipar a toda la sociedad, para emanciparse a sí misma.
Podemos concluir que los trabajadores, en cierto momento, se ven colocados ante la necesidad de dar su propia interpretación de la historia y pueden hacerlo, cuando estructurados como partido, como clase consciente, tengan la posibilidad de utilizar el materialismo histórico y aprovechar la ventaja de no tener nada que defender en la actual sociedad. Esta interpretación será la única que corresponda a la realidad y la única capaz de ofrecer al movimiento revolucionario las lecciones del pasado.
El partido político del proletariado, expresión de la conciencia clasista y el elemento más activo e imprescindible que puede permitir el desarrollo de ésta, es nada menos que una organización de revolucionarios profesionales, no en el sentido de que sean rentados -de aquí arranca la burocratización y corrupción de los presuntos revolucionarios angurrientos de dinero-, sino de que poseen la suficiente capacidad para el cumplimiento de su oficio de organizadores y educadores de las masas; sin embargo, la clase no tiene más remedio que exigir a su partido que le dé la interpretación de la historia que pueda permitirle elevarse hasta la comprensión del programa revolucionario. Todo esto no podría entenderse si no se toma en cuenta que la historia para la clase revolucionaria es nada menos que uno de los caminos que permite la asimilación crítica y la generalización de lo que hacen las masas y que es, al mismo tiempo, uno de los ingredientes indispensables para forjar la conciencia clasista. Demás está decir que los explotados al cumplir esta tarea no se guían por consideraciones académicas ni por el apego a la gimnasia intelectual, sino por una razón imperiosa: utilizar la experiencia acumulada por la clase como un antecedente en el trabajo por estructurarse a si mismos como clase. Este manejo de los antecedentes históricos está demostrando que las masas han emprendido el trabajo de conocerse a sí mismas, de analizar las causas de su opresión y los caminos y medios que deben utilizar en la lucha liberadora.
Pero el revolucionario profesional, es básicamente eso, un revolucionario y no un historiador, si consideramos a éste como a un especialista en analizar y escribir la historia, Sin embargo, las necesidades de la lucha de la clase revolucionaria le obligarán a llenar el vacío que han dejado los historiadores al no revelar las leyes del proceso de transformación de la sociedad y de la propia clase obrera, a convertirse ocasionalmente en historiador. Puede darse el caso, aunque no es la regia, de que este historiador diletante produzca trascendentales obras de historia destinadas a convertirse en clásicas. Esto sólo puede explicarse porque los que habitualmente se dedican al oficio de la historia están impedidos, por su origen de clase, de
comprender debidamente la anónima y a veces sorda actividad de los verdaderos creadores de la historia. También puede anotarse que el historiador diletante tiene la ventaja no sólo de conocer el materialismo histórico, sino de haber aprendido a manejarlo en la lucha política diaria, lo que le puede permitir capitalizar el trabajo multitudinario de la clase. Todo esto justifica que el marxista, que es tal no por su origen social o su erudición, sino por su militancia, única forma a que puede permitirle identificarse con los explotados aunque venga de niveles sociales extraños a éstos, ponga tanta pasión no sólo en leer historia, sino en escribirla. En puridad, no es un historiador en el sentido estricto del término, sino el político que traduce teóricamente la práctica revolucionaria de las masas, en este sentido está también haciendo militancia.
Trotsky, a quién le debemos una magistral historia de la revolución rusa y cuyos escritos militares son páginas vívidas de lo que hizo el Estado obrero en su afán por estructurarse e ingresar a paso firme en los anales de la humanidad, anotó acertadamente que uno de los grandes méritos del marxismo, del materialismo histórico, consistió en haber privado al hombre de odiosos privilegios, que le permitía explicar sus acciones y su pensamiento al margen del desarrollo de la naturaleza. Esos privilegios no eran otros que la religión y el idealismo que por tanto tiempo funcionaron como obstáculos que impedían analizar científicamente la historia. La sociedad es parte de la naturaleza y el mismo hombre se desarrolla dentro de ella.
Dos grandes corrientes abarcan toda la creación histórica:
1.- Aquella que se detiene en la descripción de lo anecdótico, de lo que dicen, piensan, y desean los héroes, e inclusive de las pasiones de las masas, de sus aspiraciones que pueden materializarse o frustrarse. Esta es una forma de ver únicamente la superficie de los acontecimientos históricos, las consecuencias de causas ignoradas y los historiadores gustan reducir las grandes transformaciones económico-sociales como si fueran el producto del azar o la materialización de ideas arrancadas de los libros, de la moral o de la religión. Está descrita la costra que aflora en la superficie de la sociedad, pero permanece ignorada la esencia de ese proceso.
2.- La otra corriente es aquella que busca las motivaciones materiales de las ideas, de las pasiones, de los objetivos, de la ambición y hasta del capricho de las masas y de los héroes, del mismo azar, en la producción y en la reproducción de la vida inmediata, que es la preocupación fundamental y vital de la sociedad.
Lo anterior justifica nuestra conclusión de que la verdadera historia boliviana, aquella que hicieron las masas explotadas, no está escrita todavía. Nuestros mejores historiadores, aquellos que se inspiraron en el positivismo y que, por esto, concluyeron como vulgares pragmáticos, apenas si han acumulado datos y se han detenido en la descripción pintoresca de lo anecdótico, nos ofrecen una especie de versión invertida del desarrollo de Bolivia. Para ellos la historia es el producto de las ideas buenas o malas, de las ambiciones odiosas, dél heroísmo filantrópico, de las secreciones hormonales de los héroes, de la traición innata de las masas incultas, de las taras de la raza, etc. Todo esto pudo existir. y seguramente ha existido como ingrediente de la casualidad, convertida por los escritores en la diosa creadora del imprevisto acontecer histórico. Bolivia sería el resultado del mundo de la ideología o de la hechicería. Esta descripción fantasmagórica y aterrorizante de nuestra historia corresponde a la total incomprensión de las causas verdaderas de todo nuestro desarrollo histórico.
La mayor parte de nuestros historiadores está inmersa en esta tendencia que no va más allá de Carlyle. Alcides Arguedas citaba con fruición a Hanotaux, convertido en su guía: "El individuo histórico es, por excelencia, el gran hombre, el profeta, el santo, aquel que ha cogido, prolongado, realizado en su juicio, en su voluntad y en su obra, las aspiraciones de su generación y de su tiempo para darles un impulso nuevo. Sin los héroes no hay progreso ni historia: la vida estancada de la humanidad no merece ser contada".
Lo que a muchos les parece azar, no es más -como hemos visto- que la expresión exterior de causas y leyes que rigen el desarrollo y transformación de la sociedad. La conciencia o la inconsciencia del héroe da determinados resultados, imprevistos o no, según se armonice con las leyes de la historia o las contraríen. Estas leyes hay que buscarlas en la estructura económica de la sociedad, en su expresión clasista, en el choque o armonía de las pujantes fuerzas productivas con las formas de propiedad imperantes en determinado momento.
Lo que falta en nuestro país es la interpretación de las leyes de su desarrollo, de su transformación y la explicación de los hechos históricos a la luz de estas leyes. Para que esta tarea sea cumplida se tiene que comenzar analizando la estructura económica y sus modificaciones a través del tiempo. Es esto lo que debe buscarse con la utilización del método del materialismo histórico.
Algunos intelectuales, dando muestras de su apego al pueblo, y de su alejamiento del marxismo, son partidarios de revisar nuestra historia a fin de revalorizarla como la historia anónima de las masas grises, chatas y niveladas por un solo rasero, y no de los héroes y de las grandes personalidades. Estos populistas creen que tal sería la verdadera historia. Ciertamente que las masas (y no sería posible individualizar a todos sus elementos componentes) son las que hacen la historia, pero también tienen ambiciones, objetivos, pasiones, oscilan con frecuencia de derecha a izquierda, unas veces aplauden a un determinado héroe e inmediatamente después lo rechiflan. No es suficiente referirse a la obra de las masas anónimas y a sus ideas, hace todavía falta explicar a qué causas obedecen, puntualizar los factores que hacen posible la transformación de la sociedad. Las leyes de la historia no se descubren con la fácil sustitución de los héroes con las masas, éstas actúan políticamente a través de su partido y el militante revolucionario es un caudillo.
Esta pretendida interpretación "popular" de la historia olvida que las masas se expresan, debido a su inevitable heterogeneidad, a través de sus sectores más avanzados. El partido es el instrumento político de las clases y de las masas. El dirigente, el caudillo, juega un importantísimo papel en la fijación y concretización de los objetivos de las clases. La actuación revolucionaria de las masas sigue los canales partidistas y por esto cobra un alto relieve la participación de los dirigentes. Las leyes de la historia encuentran a sus ejecutores, y éstos son individuos que alcanzan a convertirse en grandes líderes cuando sus propias ambiciones coinciden con los intereses de las multitudes. Los héroes pueden cumplir su labor de manera consciente o inconsciente, si actúan de la primera manera, de la misma forma que los partidos, contribuirán a que las leyes de la historia se cumplan con ahorro de tiempo y energías. Pero, las fuerzas oscuras de la historia son siempre más poderosas que todas las pasiones y todas las ambiciones de los individuos y de las multitudes. Es arbitrario separar y contraponer a los líderes y a las multitudes, porque éstas, en determinados momentos y circunstancias, se encarnan en los caudillos.
Marx apuntó (ver "La revolución española") que, en determinadas circunstancias, las masas se ven obligadas a encarnar sus objetivos en determinados caudillos, tomando a los personajes que encuentran a mano, sin importarles mayormente sus virtudes o su pasado. Se trata de que las muchedumbres precisan canales de expresión y referencias orientadoras. Nos encontramos ante una verdadera mistificación, las más de las veces. En Bolivia tenemos el ejemplo clásico de Villarroel, asesinado y convertido en estandarte de la avanzada proletaria que enarbolaba nada menos que la consigna de la dictadura del proletariado.
Las multitudes pasan por los libros de historia como sombras y ni siquiera los poetas han cantado las proezas que han protagonizado. Con todo, esas multitudes permanecen anónimas, sin identificación, sin ideas y sin pasiones propias, como meros reflejos de los caprichos de los caudillos.
Las multitudes son algo más concreto, están compuestas por clases sociales, con intereses materiales y objetivos propios, divergentes y hasta opuestos. Al historiador le espera la tarea apasionante de encontrar las causas motivantes de la orientación que siguieron, de las victorias y de las derrotas de la "plebe en acción". Las leyes de la historia son tan poderosas que determinan que en cierto momento las multitudes -así en abstracto sólo existen en la cabeza de los historiadores profesionales- actúen revolucionariamente, encarnando el desarrollo de las fuerzas productivas, y en otras circunstancias conservadoramente, poniendo toda su pasión y capacidad explosiva al servicio de causas retrógradas que, en definitiva buscan preservar de la ruina la herencia de un pasado caduco. Esto explica por qué no todo movimiento popular es siempre revolucionario. Bajo el belcismo y en julio de 1946, los hambrientos y los explotados ganaron las calles no precisamente para consumar la transformación revolucionaria de la sociedad.
La clase obrera es la única revolucionaria en nuestra época del capitalismo agonizante y también en la atrasada Bolivia, y sus objetivos históricos emergen del desarrollo objetivo de la sociedad y no de su rezagamiento y sus prejuicios en determinado momento. En nuestros historiadores la clase obrera está ausente y, consiguientemente, también su multiforme actividad y su transformación.
El joven proletariado boliviano, pese a su incultura y a su escaso número, constituye al menos en el siglo XX, el factor fundamental de nuestra historia. El personaje principal de la tragedia está ausente en las obras de los escritores de la clase dominante y en nuestras historias, que no son más que novelerías que se esmeran por sustituir al personaje fundamental por su sombra o por algunos polichinelas.
La verdadera historia boliviana será aquella que sea la historia de las luchas de las clases sociales en los diferentes períodos del desarrollo del país. La historia contemporánea no puede menos que ser la historia de las luchas de la clase obrera contra la clase dominante, envilecida por su servilismo frente a la metrópoli imperialista opresora.
Si se trata de escribir la historia de la clase proletaria habrá que poner en evidencia las causas estructurales que la configuran. Simultáneamente, el historiador tiene ante sí el problema de descubrir las leyes de la propia transformación del proletariado de clase en sí en clase para sí. Nuestra clase obrera se configura como la más politizada y consciente del continente latinoamericano, no sólo porque es la expresión del modo de producción capitalista, sino porque su propia historia le ha permitido llegar a niveles tan elevados de la expresión política.
Se dirá que la historia social no puede ser considerada como toda la historia boliviana. Ciertamente que no, pero es nada menos que el meollo fundamental de esa historia, porque se refiere a la lucha de clases, factor fundamental de la transformación de la sociedad, materia prima del acontecer histórico. Todas las otras manifestaciones superestructurales, se encuadran y se justifican como expresiones de la lucha de clases.
Bolivia es un país que vive en tinieblas, si se exceptúa a la vanguardia de la clase obrera. Su pasado permanece como un enigma inescrutable, porque aún nadie ha podido poner en evidencia las verdaderas fuerzas que movieron nuestra historia. Como todo país, se encuentra en constante transformación, pero su presente aparece como inexplicable, contradictorio y hasta absurdo, esto porque no se han podido descubrir las leyes que rigen su desarrollo. Su porvenir no es más que una interrogante que no encuentra respuesta, acaso porque los historiadores no proporcionan los datos suficientes para poder señalar el pronóstico de su posible devenir.
Ha correspondido a la doctrina política, al marxismo, realizar el pronóstico acerca de las grandes líneas que seguirá el país para poder salir de su atraso e ingresar plenamente en la civilización. Para cumplir esta tarea ha tenido necesariamente que recurrirse a la historia y es así que aparecen estudios sobre nuestro pasado al margen de las preocupaciones académicas y universitarias. Se trata de una historia, escrita a veces desordenadamente, en cierta manera ignorada y hasta menospreciada. Los estudios históricos al servicio de la revolución convierten en el personaje principal a la clase obrera. Nuestros sabios investigadores vieron siempre con desprecio todo lo que hicieron y pensaron los trabajadores.
El proletariado, que ha dado pasos muy importantes en su estructuración como clase, tiene urgente necesidad de usar a plenitud la palanca de la ciencia para afirmarse conscientemente, para transformarse en caudillo nacional y para consumar su tarea histórica: la revolución proletaria.
Por esto mismo está emplazado a asimilar toda la experiencia que la lucha de las masas han ido acumulando a lo largo de la historia. Urge, pues, investigar la historia con este criterio, si se quiere utilitario.
Los historiadores que cumplan esta tarea titánica, y sólo pueden hacerlo satisfactoriamente si saben emplear a fondo el método marxista, habrán realizado, al mismo tiempo, una gran labor revolucionaria, porque contribuirán positivamente a la evolución de la conciencia de clase de los explotados y a la victoria de la revolución.
Si la disciplina en la investigación que se puede adquirir en las universidades es puesta al servicio de esta premiosa necesidad de la clase obrera, se habrá contribuido a que el estudio de la historia actúe como fuerza impulsora en la comprensión de la perspectiva de la transformación revolucionaria de Bolivia. Tal es el papel revolucionario que pueden cumplir los historiadores.
Podría pensarse que sostenemos la tesis en sentido de que el historiador revolucionario debe ser siempre un militante partidista, porista. Nos parece que mejor sería decir que su destino no es otro que el identificarse con los intereses históricos del personaje central de la historia de nuestra época, en esta medida devendrá revolucionario. Y el revolucionario ahora debe ser inevitablemente marxista. El gran historiador que espera el país, será, ni duda cabe, un marxista militante.
Aún diremos que identificarse con la clase obrera no quiere decir convertirse en el adorador de sus prejuicios y debilidades, ni siquiera de sus luchas, de sus derrotas y de sus victorias, sino en el testigo critico de su actual transformación y en el brazo que maneja el cauterio preñado de enseñanzas arrancadas tanto de su riquísima historia clasista como de la vivida por el país.
En alguna manera el investigador del pasado y del presente de la sociedad y de la clase revolucionaria, va acumulando en su cerebro y en sus obras todas las adquisiciones y todas las frustraciones de la clase trabajadora en el tortuoso y contradictorio proceso de formación de la conciencia socialista.
La Paz, mayo de 1979.