Escrito:Escrito en marzo de
1893.
Fuente digital de la version al español:
Como
era Carlos Marx, Visto por quienes lo conocieron (Seleccion de textos),
compilacion publicada digitalmente, sin fecha, con el sello editorial de
Omegalfa.es.
HTML: Rodrigo Cisterna, 2014
Después de la muerte de nuestro gran campeón han escrito mucho sobre él, sobre su vida y su obra, tanto sus partidarios como sus enemigos.
Pero los autores de estos escritos, en su mayor parte, no serían - como dicen los trade-unionistas británicos- obreros bona fide; pertenecen más bien, por su origen y su condición social, a la denominada clase media.
Creo, pues, que no estará mal que, con ocasión del décimo aniversario de la muerte de nuestro gran campeón y en mi calidad de caballero plebeyo de la aguja, recoja algunos recuerdos del tiempo en que tuve oportunidad de tratar a Marx personalmente, que, destinados a mis jóvenes camaradas, tendrían por finalidad definir la impresión que entonces hizo Marx en mí y en otros, completando así el cuadro de su vida.
En la época en que oí hablar de Marx por primera vez y en que vi su nombre en la Deutsche Brüsseler Zeitung (Gaceta Alemana de Bruselas), [La Deutsche Brüsseler Zeitung se fundó en Bruselas el 1 de enero de 1847, por Bornsted ; en ella colaboraron Marx yEngels, así como Mazzini.] hacia 1845, más o menos, yo era demasiado joven. Me comencé a familiarizar con sus enseñanzas desde 1847, cuando se discutió y se adoptó el Manifiesto comunista. Entonces yo trabajaba en Londres y formaba parte del Club Comunista de Educación, que había establecido su local en el 191, Drury Lane. A fines de noviembre y a principios de diciembre de 1847, se realizó allí una conferencia del comité central de la Liga de los Comunistas, en la que tomaron parte, haciendo un viaje especial desde Bruselas, [Marx vino de Bruselas, donde residía después de su expulsión de Francia, y Engels vino de París, representando a los grupos alemanes establecidos en esta ciudad. Creemos que hay un error de parte de Lessner cuando habla de una conferencia de miembros del comité central de la Liga de los Comunistas. La reunión a que alude se trataba, con seguridad, de un congreso general] Karl Marx y Friedrich Engels, con el fin de exponer ante los miembros del comité central sus puntos de vista sobre el comunismo moderno y sus relaciones con el movimiento obrero. Las reuniones se celebraban en la noche y no asistían a ellas sino los delegados. Yo no era delegado, pero estaba al corriente de todo lo que pasaba y seguía con muchos otros el curso de los debates, esperando siempre impaciente el fin de las discusiones. Así nos enteramos que, después de prolongados debates, el congreso se había pronunciado unánimemente en favor de los principios expuestos por Marx y Engels y que se les había encargado de redactar y publicar un manifiesto en este sentido. Yo contribuí con mi modesto concurso a la publicación de este documento histórico. Cuando algún tiempo después, en 1848, el manuscrito llegó a Londres, yo lo llevé a la imprenta, y luego sacaba las pruebas y las entregaba a Karl Schapper, fundador del Grupo Comunista de Educación, que era el encargado de corregirlas.
Después de la revolución de febrero, en 1848, apareció en Colonia La Nueva Gaceta Renana, redactada por Karl Marx y por Friedrich Engels con la ayuda de algunos miembros de la Liga de los Comunistas y de demócratas de izquierda. Me fui entonces a Colonia, a fin de ayudar a mis camaradas en la propaganda, haciendo todo lo que estaba a mi alcance. Yo distribuía La Nueva Gaceta Renana en todos los talleres donde trabajaba y frecuentemente, durante el trabajo, daba lectura a algunos artículos que suscitaban casi entre todos un gran entusiasmo. Posteriormente, el gobierno prusiano intentó una docena de procesos a La Nueva Gaceta Renana, y al fin, en 1849, el diario fue suspendido y Marx expulsado de Colonia. Al poco tiempo yo sufría la misma suerte y en 1851 se me arrestaba en Maguncia. Se me tuvo más de dos años en prisión preventiva y en el famoso proceso de los comunistas de Colonia [El 12 de noviembre de 1852, Lessner, detenido en 1851, no estuvo, pues, "más de dos años" en prisión preventiva.] fui condenado a tres años de fortaleza, pena que cumplí en Graudenz y en la frontera de Silesia, Silberberg. Marx, desde Londres, hizo durante el proceso todo lo que pudo para salvarnos, pero sus esfuerzos y los de sus amigos no pudieron nada contra las declaraciones del comisario de policía Stieber y de otros salvadores del estado, contra los prejuicios del jurado y, desgraciadamente, debo declararlo, contra las bellaquerías de algunas gentes de las que se quiso hacernos responsables.
Sólo llegué a trabar amistad con Marx después que salí de la fortaleza, en 1856, y me dirigí a Londres. Entonces, Marx había salido con sus amigos del grupo comunista de Londres, pues los fautores de revoluciones, dirigidos por Willich, lo tenían en sus manos. Tras la expulsión de Kinkel, uno de los partidarios de Willich, fui a pedir y obtuve de Marx que regresara al grupo a fin de dar algunas conferencias sobre cuestiones políticas y económicas.
Marx y otros camaradas, entre ellos Liebknecht, [Wilhelm Liebknecht, padre de Karl Liebknecht.] reingresaron al grupo. [Marx salió tirando las puertas del comité central de la Liga de los Comunistas, el 15 de septiembre de 1850. La sede se trasladó entonces a Colonia, lo que provocó una escisión en la Liga. Hubo, durante algún tiempo, dos comités centrales : el uno en Colonia, la fracción de Marx, y el otro en Londres, la fracción de Willich- Schapper. No hay que confundir la Liga con el Grupo Obrero Alemán de Londres, al que Marx regresó más tarde, a instancias de Lessner. Cuando Lessner salió de la prisión, en 1856, hacía cuatro años que la Liga de los Comunistas no existía.] En la primavera de 1859 fundamos el diario El Pueblo para luchar contra el periódico Hermann, creado por Kinkel, quien durante la guerra italiana defendía a Bonaparte. Solicitamos la colaboración de Marx y obtuvimos la publicación de algunos artículos muy interesantes sobre la actitud de Prusia y hasta su ayuda económica mediante la colecta que hizo entre sus amigos para sostener nuestro periódico. En el curso de este año apareció el primer tomo de la Crítica de la economía política y al año siguiente Marx dio a luz su opúsculo titulado Herr Vogt, en el cual desenmascara las actividades bonapartistas de este señor y de sus "patronos y cómplices". Este folleto, publicado en respuesta a las infames calumnias propagadas por Vogt y sus amigos, contiene importantes materiales sobre la historia de la emigración de 1848 y una preciosa exposición de las intrigas diplomáticas de los gabinetes europeos.
Cuando se fundó la Internacional, en 1864, tomé parte activa en su fundación y fui elegido miembro del consejo general. Esta circunstancia hizo que yo estrechase más aún mis relaciones con Marx, quien, por otra parte, daba una gran importancia al contacto y a las conversaciones con los obreros. En todo momento se esforzó por conocer la opinión de los obreros sobre el movimiento. Siempre estaba dispuesto a discutir con ellos las cuestiones políticas y económicas, por imporcolecta que hizo entre sus amigos para sostener nuestro periódico. En el curso de este año apareció el primer tomo de la Crítica de la economía política y al año siguiente Marx dio a luz su opúsculo titulado Herr Vogt, en el cual desenmascara las actividades bonapartistas de este señor y de sus "patronos y cómplices". Este folleto, publicado en respuesta a las infames calumnias propagadas por Vogt y sus amigos, contiene importantes materiales sobre la historia de la emigración de 1848 y una preciosa exposición de las intrigas diplomáticas de los gabinetes europeos.
Cuando se fundó la Internacional, en 1864, tomé parte activa en su fundación y fui elegido miembro del consejo general. Esta circunstancia hizo que yo estrechase más aún mis relaciones con Marx, quien, por otra parte, daba una gran importancia al contacto y a las conversaciones con los obreros. En todo momento se esforzó por conocer la opinión de los obreros sobre el movimiento. Siempre estaba dispuesto a discutir con ellos las cuestiones políticas y económicas, por importantes que fuesen, y se daba cuenta rápidamente si se comprendían con claridad estas cuestiones. Su alegría era grande si llegaba a comprobar esto. Después que se inauguró la Internacional, Marx no faltó nunca a las sesiones del consejo general. Pronto tomamos la costumbre, Marx y la mayor parte de los miembros del consejo, de dirigirnos a un café a fin de poder discutir sin molestias, delante de un vaso de cerveza. Al regreso, casi siempre, Marx nos hablaba de la jornada normal de trabajo, sobre todo de la jornada de ocho horas, reivindicación por la que hacíamos ya una gran propaganda en 1866 y que se hallaba inscrita en el programa de la Internacional, desde el congreso de Ginebra, celebrado en septiembre de 1866. "Reclamamos la jornada de ocho horas -decía con frecuencia Marx- pero nosotros trabajamos a menudo más del doble en las 24 horas." Así era en efecto, pues trabajaba desgraciadamente de una manera excesiva. Quien no lo haya visto, no puede tener una idea de lo que le ha costado, en tiempo y energía, la Internacional. Y, además, debía ganarse la vida y pasar largas horas en el Museo Británico, recogiendo materiales para sus estudios históricos y económicos. Al regresar del museo a su casa, situada al norte de Londres, Maitland Park Road, Haverstock Hill, entraba casi siempre a la mía, que se hallaba cerca de la biblioteca, y discutía cualquier cuestión relacionada con la Internacional. Tan pronto como llegaba a su casa, comía, descansaba un poco y se entregaba de nuevo al trabajo, que prolongaba a menudo, demasiado a menudo, hasta muy tarde de la noche, muchas veces hasta la mañana; además, no hay que olvidar que sus ratos de reposo se los robaban las visitas de los camaradas.
La casa de Marx estuvo abierta para todos los compañeros; nunca olvidaré las horas agradables que he pasado yo y otros en compañía de su familia. ¡Cómo brillaba allí la incomparable señora Marx! Alta, de apariencia distinguida, de una rara belleza, pero tan extraordinariamente buena, amable y espiritual y tan desprovista de todo orgullo, de toda displicencia, que uno se sentía en casa de ella como al lado de una madre o de una hermana. Toda ella hacía evocar los versos del poeta popular escocés, Robert Burns: "Doman, lovely woman, heaven destined you to temper man" (mujer, encantadora mujer, el cielo te ha destinado para suavizar al hombre). Plena de entusiasmo por el movimiento obrero, se sentía transportada de alegría ante cada victoria obtenida en la lucha contra la burguesía.
Las hijas de Marx estaban acostumbradas, desde niñas, a sentir un profundo interés por el movimiento obrero. Y se explica, pues éste era el principal tema de conversación en casa de Marx, y las relaciones entre él y sus hijas eran lo más tiernas y libres que se puede imaginar. Sus hijas lo trataban como se trata a un hermano o a un amigo, pues Marx desdeñaba todos esos atributos exteriores de la autoridad paterna. Era el camarada de sus hijos cuando tenía tiempo de jugar con ellos, y en los asuntos serios era su consejero. Decía que lo que más le gustaba del Cristo de la Biblia era su amor por los niños. Cuando no tenía nada que hacer en la calle y se iba de paseo por Hampstead Heath, podía verse con frecuencia al autor de El Capital jugar a la ronda con una banda de pilluelos.
Marx apreciaba siempre todo esfuerzo sincero y toda posición independiente; como todos los hombres verdaderamente superiores, estaba desprovisto de vanidad. Ya he dicho que tenía inmenso interés por la opinión de los más simples obreros y que venía con frecuencia a mi casa por las tardes y me llevaba a pasear y a discutir toda clase de cuestiones. Naturalmente, yo lo dejaba hablar tanto como era posible, pues se experimentaba un gran placer escuchándolo y viendo cómo desenvolvía sus ideas, y su conversación me apasionaba de tal modo que lo dejaba con pena. Era un compañero tan agradable que atraía y encantaba, podría decir, a todo el que se le aproximaba. Tenía una risa cordial y una ironía que respiraba franqueza. Cuando se tenían noticias del éxito de nuestros camaradas en un país cualquiera, manifestaba su alegría en la forma más bullanguera, arrastrando con él a todos los que lo rodeaban. ¡Y se alegraba tanto del más insignificante éxito electoral de nuestros camaradas de Alemania, de toda huelga ganada, como se hubiera alegrado hoy de las manifestaciones monstruosas de mayo último!
En cuanto a los ataques de sus adversarios, no hacía sino reír y había que ver con qué ironía, con qué sarcasmo hablaba de ellos. Manifestaba una perfecta indiferencia respecto a sus obras publicadas. Cuando yo le hablé de sus obras, me dijo: "Si quieres tenerlas, vete a ver a Lassalle, él las ha coleccionado todas. Yo no tengo ni un ejemplar". Y esto era cierto: muchas veces vino a mi casa a pedirme prestado cualquiera de sus libros de los que él no conservaba ni un solo ejemplar. Las masas no conocieron, por mucho tiempo, una gran parte de las obras de Marx. Aun actualmente no son suficientemente apreciadas, sobre todo las que escribió antes de la revolución de 1848 y algunos años después, a causa de que la difusión en aquella época no podía hacerse sino a costa de grandes dificultades, y hasta las otras obras son poco conocidas del gran público. Marx nunca hizo ruido alrededor de sus libros.
Resulta bastante cómico, para quienes han trabajado desde el principio con Marx y Engels, oír decir que el movimiento obrero actual arranca de la fundación de la Asociación General de los Trabajadores Alemanes (Allgemeine Deutsche Arbeiterverein). [Fundada por Lassalle en 1863.] Esta organización sólo fue fundada en 1863, es decir, cuando Marx y Engels trabajaban ya, con otros, desde hacía más de veinte años. Naturalmente que no digo esto contra Lassalle, a quien he visto actuar en 1848 y 1850. Siempre he estimado su gran fuerza y reconozco la influencia que tuvo su acción, gracias a la cual el movimiento dio un gran paso adelante. La última vez que le vi fue en octubre y noviembre de 1852, cuando el proceso de Colonia, donde asistía en calidad de espectador; en sus frecuentes visitas a Londres, no logré verlo. Nunca vino a nuestro grupo y en casa de Marx no tuve la ocasión de encontrarme con él. Un día de los primeros de octubre de 1868, [Cuatro o cinco años más tarde (hacia 1873) El Capital fue traducido al ruso por Hermann Lopatine.] Marx me contó con gran satisfacción que el primer volumen de El Capital había sido traducido al ruso y que se estaba imprimiendo en San Petersburgo. Su alegría se explica por la gran importancia que dio siempre al movimiento ruso de aquella época y por la estimación que profesaba a los hombres que realizaban allá tantos sacrificios por el estudio y la difusión de obras teóricas y por la comprensión de las ideas modernas. La llegada del ejemplar ruso de San Petersburgo fue celebrada por él, su familia y sus amigos.
Ante cada derrota de los obreros en la lucha contra la clase explotadora, Marx tomaba la defensa de los vencidos, respondiendo a los ataques de los adversarios con una energía incomparable. Así sucedió después de las jornadas de junio de 1848, en París; después del fracaso de la revolución en Alemania, en 1848; después del aplastamiento de la Comuna, en 1871, precisamente cuando los reaccionarios del mundo entero y hasta una gran parte de los obreros atrasados atacaban con violencia brutal a los defensores de la Comuna, masacrados y perseguidos. El manifiesto del consejo general de la Asociación Internacional de Trabajadores, La guerra civil en Francia, muestra con qué fuerza y con qué energía lo hizo. ¡Es tan cierto aquello de que en el momento de la derrota es cuando se conoce a los verdaderos amigos! Fracasada la Comuna, la actividad que desplegaba en el seno de la Internacional fatigaba cada vez más a Marx y le procuraba cada vez menos satisfacción. Toda revolución arrastra a la superficie, junto a la masa de bravos combatientes, una cantidad de elementos indeseables, aventureros de toda especie que buscan obtener un provecho personal, en una u otra forma. Entre los refugiados de la Comuna había muchos de éstos, que como no lograban obtener lo que buscaban aprovechaban toda oportunidad para provocar discusiones. A esto vinieron a añadirse las disensiones entre los mismos comunalistas. blanquistas, proudhonistas, autonomistas, anarquistas y todos los otros "istas" posibles e imaginables se tiraban de los cabellos a cada momento y hasta llegaron a hacer penetrar tales discusiones en el seno del consejo general de la Internacional, donde se desarrollaron sesiones tempestuosas. Marx luchaba con grandes dificultades a fin de hacer razonar a estas gentes. Es imposible describir la paciencia de que dio pruebas en tales circunstancias. Sin embargo, algunas veces los absurdos puntos de vista y los planes ineptos de los comunalistas lo sacaban fuera de sí. Los más exaltados y los más difíciles de razonar eran los blanquistas: tenían la revolución en el bolsillo y distribuían sentencias de muerte a derecha e izquierda.
Hasta aquí todo esto era un tanto cómico. Pero las disensiones entre los franceses repercutieron entre los representantes de los otros países. Se añadieron las intrigas de Bakunin. Las sesiones de High Holborn, donde se reunía entonces el consejo general, se convirtieron en las más agitadas y tempestuosas que puede concebirse. Diferencia de idiomas, de temperamentos, de concepciones... todo un trabajo de gigante para sobrepasar esta etapa. Quienes acusan a Marx de intolerante no se han dado cuenta de cómo sabía tratar a las gentes, ponerse a su nivel y convencerlos de la falsedad de sus razonamientos.
En mi opinión y desde cierto punto de vista, todo revolucionario debe ser intolerante. Creo que Marx ha hecho un enorme servicio al movimiento, haciendo todo lo posible para alejar de la Internacional a los elementos ambiciosos o dudosos. En efecto, al comienzo, la Internacional veía afluir a su seno toda clase de individuos equívocos, como el pastor ateo Bradlaugh. Sólo gracias a Marx se pudo convencer a esta gente que la Asociación Internacional de Trabajadores no era un almácigo de sectas religiosas.
Marx tuvo la satisfacción de ver casadas a sus dos hijas mayores, Jenny y Laura, con dos excelentes camaradas. Jenny se casó con Charles Longuet y Laura con Paul Lafargue. Ni él ni su mujer tuvieron la alegría de asistir al matrimonio de la hija menor, Eleonora, casada con un socialista de gran valor, el doctor Edward Aveling. [Este matrimonio estuvo muy lejos de ser dichoso. Desengañada, desesperada, Eleonora Marx Aveling se suicidó el 31 de marzo de 1898, a los 42 años de edad.] ¡Con qué solicitud habría seguido la propaganda hecha por sus hijos en favor de la clase obrera! ¡Con cuánta alegría habría saludado los triunfos enormes alcanzados durante los últimos diez años por el movimiento obrero! Su hija mayor, que poseía todas las cualidades de su madre, murió en 1882. Este golpe cayó sobre Marx en la época más dura y decisiva de su vida. Hacía un año tan sólo, el 2 de diciembre de 1882, que había perdido a su valiente compañera. Marx se inclinó doblegado para no alzarse más. En aquella época sufría una tos perniciosa; cuando se le oía toser parecía que aquel cuerpo alto y robusto iba a estallar en pedazos. El prolongado exceso de trabajo a que había sometido su cuerpo, minó su constitución que la tos agotaba más fácilmente. En 1875 tuvo que hacer un enorme sacrificio: fumador impenitente se vio obligado a dejar el tabaco por prescripción estricta del médico. La primera vez que hablé con él después de esta prohibición, me contaba que había cesado de fumar, hacía tantas semanas y tantos días; él mismo no comprendía cómo podría abstenerse siempre de chupar el cigarro. Es fácil comprender la inmensa alegría con que recibió el permiso del médico para fumar un cigarrillo diario.
Todo el mundo está de acuerdo en que Marx murió demasiado pronto. Hacía tiempo que su salud preocupaba a sus amigos, pues Marx no supo cuidarla, entregándose apasionadamente a sus trabajos científicos o al movimiento obrero. Era imposible ejercer la menor influencia sobre él, en este sentido. Ni sus amigos, ni los miembros de su familia podían nada. ¡Qué cúmulo de conocimientos se han ido con él a la tumba! Para convencerse es preciso conocer sus escritos póstumos, los que, con todo, no contienen la décima parte de lo que pensaba escribir. Esos preciosos escritos póstumos que nos quedan son una fuente inagotable.
Y esperemos algo más. No es pequeña, por cierto, la satisfacción que experimentamos al ver que el más antiguo y el mejor de los amigos de Marx, Friedrich Engels, se encuentra entre nosotros; sano de espíritu y robusto de cuerpo, Engels nos dará a conocer todavía muchos de los trabajos de Marx.
Al mismo tiempo que Marx nos ofrece, aun muerto, una fuente de nuevos conocimientos, de nuevas ideas, sus enseñanzas se extienden más y más entre el proletariado: en él se inspira el movimiento obrero de todos los países. La consigna formidable lanzada por Marx: "Proletarios de todos los países, ¡uníos!", no ha podido ser realizada sino merced a la base científica que él dio a esta unión. La Internacional, de la que fue el alma, ha resucitado, más fuerte, más poderosa que la primera. La bandera alrededor de la cual se agrupan los batallones obreros del mundo entero es la bandera que Marx tremoló en 1848, la misma que él sostuvo durante toda una generación, a la cabeza del proletariado revolucionario. Y a la sombra de esta bandera el proletariado contemporáneo marcha de victoria en victoria.