La cuestión
de las relaciones entre el Estado y la revolución social
y entre ésta y el Estado, como en general la cuestión
de la revolución, ha preocupado muy poco a los
más conocidos teóricos y publicistas de la II
Internacional (1889-1914). Pero lo más característico,
en este proceso de desarrollo gradual del oportunismo, que
llevó a la
bancarrota de la II Internacional en 1914, es que incluso
cuando abordaban de lleno esta cuestión se esforzaban
en eludirla o no la advertían.
En términos generales, puede decirse que de esta actitud
evasiva ante la cuestión de las relaciones entre la
revolución proletaria y el Estado, actitud evasiva
favorable
para el oportunismo y de la que se nutría éste,
surgió la tergiversación del marxismo y su completo
envilecimiento.
Fijémonos, para caracterizar, aunque sea brevemente,
este proceso lamentable, en los teóricos más
destacados del marxismo, en Plejánov y Kautsky.
1. LA POLEMICA DE PLEJANOV CON LOS ANARQUISTAS
Plejánov consagró a la cuestión de las
relaciones entre el anarquismo y el socialismo un folleto
especial, titulado "Anarquismo y socialismo", publicado
en alemán en 1894.
Plejánov se las ingenió para tratar este tema
eludiendo en absoluto el punto más actual y más
candente, y el más esencial en el terreno político,
de la lucha contra el
anarquismo: ¡precisamente las relaciones entre la revolución
y el Estado y la cuestión del Estado en general! En
su folleto descuellan dos partes. Una, histórico-literaria,
con valiosos materiales referentes a la historia de las ideas
de Stirner, Proudhon, etc. Otra, filistea, con torpes razonamientos
en torno al tema de que un anarquista no se distingue de un
bandido.
La combinación de estos temas es en extremo curiosa
y característica de toda la actuación de Plejánov
en vísperas de la revolución y en el transcurso
del período
revolucionario en Rusia: en efecto, en los años de
1905 a 1917, Plejanov se reveló como un semidoctrinario
y un semifilisteo que en política marchaba a la zaga
de la
burguesía.
Hemos visto cómo Marx y Engels, polemizando con los
anarquistas, aclaraban muy escrupulosamente sus puntos de
vista acerca de la actitud de la revolución hacia el
Estado. Al editar en 1891 la "Crítica del Programa
de Gotha", de Marx, Engels escribió:
"Nosotros [es decir, Engels y Marx] nos encontrábamos
entonces —pasados apenas dos años desde el Congreso
de La Haya de la [Primera] Internacional— en pleno
apogeo de la lucha contra Bakunin y sus anarquistas".
En efecto, los anarquistas intentaban reivindicar como "suya",
por decirlo así, la Comuna de París, como una
confirmación de su doctrina, sin comprender, en absoluto,
las enseñanzas de la Comuna y el análisis de
estas enseñanzas hecho por Marx. El anarquismo no ha
aportado nada que se acerque siquiera a la verdad en punto
a estas cuestiones políticas concretas: ¿hay
que destruir la vieja máquina del Estado? ¿Y
con qué sustituirla?
Pero hablar de "anarquismo y socialismo", eludiendo
toda la cuestión acerca del Estado, no advirtiendo
todo el desarrollo del marxismo antes y después de
la Comuna,
significaba inevitablemente deslizarse hacia el oportunismo
pues no hay nada, precisamente, que tanto interese al oportunismo
como el no plantear en modo alguno
las dos cuestiones que acabamos de señalar. Esto es
ya una victoria del oportunismo.
2. LA POLEMICA DE KAUTSKY CON LOS OPORTUNISTAS
Al ruso se ha traducido, sin duda alguna, una cantidad incomparablemente
mayor de obras de Kautsky que a ningún otro idioma.
No en vano algunos socialdemócratas
alemanes bromean diciendo que a Kautsky se le lee más
en Rusia que en Alemania.
(Dicho sea entre paréntesis: esta broma encierra un
sentido histórico más profundo de lo que sospechan
sus autores. Los obreros rusos, que en 1905 sentían
una apetencia extraordinariamente grande, nunca vista, por
las mejores obras de la mejor literatura socialdemócrata
del mundo, y a quienes se suministró una cantidad jamás
vista en otros países de traducciones y ediciones de
estas obras, trasplantaban, por decirlo así, con ritmo
acelerado, al terreno joven de nuestro movimiento proletario
la formidable experiencia del país vecino, más
adelantado).
A Kautsky se le conoce especialmente entre nosotros, aparte
de por su exposición popular del marxismo, por su polémica
contra los oportunistas, a la cabeza de los
cuales figuraba Bernstein. Lo que apenas se conoce es un hecho
que no puede silenciarse cuando se propone uno la tarea de
investigar cómo Kautsky ha caído en esa
confusión y en esa defensa increíblemente vergonzosas
del socialchovinismo durante la profundísima crisis
de los años 1914-1915. Es, precisamente, el hecho de
que antes de enfrentarse contra los más destacados
representantes del oportunismo en Francia (Millerand y Jaurés)
y en Alemania (Bernstein), Kautsky dio pruebas de grandísimas
vacilaciones. La revista marxista "Sariá",
que se editó en Stuttgart en 1901-1902 y que defendía
las concepciones revolucionario-proletarias, viose obligada
a polemizar con Kautsky y a calificar de "elástica"
la resolución presentada por él en el Congreso
socialista internacional de París en el año
1900, resolución evasiva, que se quedaba a mitad de
camino y adoptaba ante los oportunistas una actitud conciliadora.
Y en alemán han sido publicadas cartas de Kautsky que
revelan las vacilaciones no menores que le asaltaron antes
de lanzarse a la campaña contra Bernstein.
Pero aun encierra una significación mucho mayor la
circunstancia de que en su misma polémica con los oportunistas,
en su planteamiento de la cuestión y en su modo
de tratarla, advertimos hoy, cuando estudiamos la historia
de la más reciente traición contra el marxismo
cometida por Kautsky, una propensión sistemática
al oportunismo en lo que toca precisamente a la cuestión
del Estado.
Tomemos la primera obra importante de Kautsky contra el oportunismo,
su libro "Bernstein y el programa socialdemócrata".
Kautsky refuta con todo detalle a
Bernstein. Pero he aquí una cosa característica.
En sus herostráticamente célebres "Premisas
del socialismo", Bernstein acusa al marxismo de "blanquismo
" (acusación que desde entonces para acá
han venido repitiendo miles de veces los oportunistas y los
burgueses liberales en Rusia contra los representantes del
marxismo revolucionario, los bolcheviques). Aquí Bernstein
se detiene especialmente en "La Guerra civil en Francia",
de Marx, e intenta —muy poco afortunadamente, como hemos
visto— identificar el punto de vista de Marx sobre las
enseñanzas de la Comuna con el punto de vista de Proudhon.
Bernstein consagra una atención especial a aquella
conclusión de Marx que éste subrayó en
su prólogo de 1872 al "Manifiesto Comunista"
y que dice asi: "La clase obrera no puede limitarse a
tomar simplemente posesión de la máquina estatal
existente y a ponerla en marcha para sus propios fines".
A Bernstein le "gustó" tanto esta sentencia,
que la repitió nada menos que tres veces en su libro,
interpretándola en el sentido más tergiversado
y oportunista.
Marx quiere decir, como hemos visto, que la clase obrera debe
destruir, romper, hacer saltar (Sprengung : hacer estallar,
es la expresión que emplea Engels) toda la
máquina del Estado. Pues bien: Bernstein presenta la
cosa como si Marx precaviese a la clase obrera, con estas
palabras, contra el revolucionarismo excesivo en la conquista
del Poder.
No cabe imaginarse un falseamiento más grosero ni más
escandaloso del pensamiento de Marx.
Ahora bien, ¿qué hizo Kautsky en su minuciosa
refutación de la bernsteiniada?
Rehuyó el analizar en toda su profundidad la tergiversación
del marxismo por el oportunismo en este punto. Adujo el pasaje,
citado por nosotros más arriba, del
prólogo de Engels a "La guerra civil" de
Marx, diciendo que, según éste, la clase obrera
no puede tomar simplemente posesión de la máquina
del Estado existente, pero que en general si puede tomar posesión
de ella, y nada más. Kautsky no dice ni una palabra
de que Bernstein atribuye a Marx exactamente lo contrario
del verdadero
pensamiento de éste, ni dice que, desde 1852, Marx
destacó como misión de la revolución
proletaria el "destruir" la máquina del Estado.
¡Resulta, pues, que en Kautsky quedaba esfumada la diferencia
más esencial entre el marxismo y el oportunismo en
punto a la cuestión de las tareas de la revolución
proletaria!
"La solución de la cuestión acerca del
problema de la dictadura proletaria —escribía
Kautsky "contra " Bernstein— es cosa que podemos
dejar con completa tranquilidad al porvenir" (pág.
172 de la edición alemana).
Esto no es una polémica contra Bernstein, sino que
es, en el fondo, una concesión hecha a éste,
una entrega de posiciones al oportunismo, pues, por el momento,
nada
hay que tanto interese a los oportunistas como el "dejar
con completa tranquilidad al porvenir" todas las cuestiones
cardinales sobre las tareas de la revolución proletaria.
Desde 1852 hasta 1891, a lo largo de cuarenta años,
Marx y Engels enseñaron al proletariado que debía
destruir la máquina del Estado. Pero Kautsky, en 1899,
ante la
traición completa de los oportunistas contra el marxismo
en este punto, sustituye la cuestión de si es necesario
destruir o no esta máquina por la cuestión de
las formas
concretas que ha de revestir la destrucción, y va a
refugiarse bajo las alas de la verdad filistea "indiscutible"
(y estéril) ¡¡de que estas formas concretas
no podemos conocerlas de antemano!!
Entre Marx y Kautsky media un abismo, en su actitud ante la
tarea del Partido proletario de preparar a la clase obrera
para la revolución.
Tomemos una obra posterior, más madura, de Kautsky
consagrada también en gran parte a refutar los errores
del oportunismo: su folleto "La revolución social".
El autor
toma aquí como tema especial la cuestión de
la "revolución proletaria" y del "régimen
proletario". El autor nos suministra muchas cosas muy
valiosas, pero soslaya
precisamente la cuestión del Estado. En este folleto
se habla constantemente de la conquista del Poder del Estado,
y sólo de esto; es decir, se elige una fórmula
que es
una concesión hecha al oportunismo, toda vez que éste
admite la conquista del Poder sin destruir la máquina
del Estado. Precisamente aquello que en 1872 Marx
consideraba como "anticuado" en el programa del
"Manifiesto Comunista" es lo que Kautsky resucita
en 1902.
En ese folleto se consagra un apartado especial a las "formas
y armas de la revolución social". Aquí
se habla de la huelga política de masas, de la guerra
civil, de
esos "medios de fuerza del gran Estado moderno que son
la burocracia y el ejército", pero no se dice
ni una palabra de lo que ya enseñó a los obreros
la Comuna.
Evidentemente, Engels sabía lo que hacía cuando
prevenía, especialmente a los socialistas alemanes,
contra la "veneración supersticiosa" del
Estado.
Kautsky presenta la cosa así: el proletariado triunfante
"convertirá en realidad el programa democrático",
y expone los puntos de éste. Ni una palabra se nos
dice
acerca de lo que el año 1871 aportó como nuevo
en punto a la cuestión de la sustitución de
la democracia burguesa por la democracia proletaria. Kautsky
se
contenta con banalidades tan "sólidamente"
sonoras como ésta:
"Es de por sí evidente que no alcanzaremos la
dominación bajo las condiciones actuales. La misma
revolución presupone largas y profundas luchas que
cambiarán ya
nuestra actual estructura política y social".
No hay duda de que esto es algo "de por sí evidente",
tan "evidente" como la verdad de que los caballos
comen avena y de que el Volga desemboca en el mar
Caspio. Sólo es de lamentar que con frases vacuas y
ampulosas sobre las "profundas" luchas se eluda
la cuestión vital para el proletariado revolucionario,
de saber en qué se revela la "profundidad"
de su revolución respecto al Estado, respecto a la
democracia, a diferencia de las revoluciones anteriores, de
las revoluciones no proletarias.
Al eludir esta cuestión, Kautsky de hecho hace una
concesión, en un punto tan esencial como éste,
al oportunismo, al que había declarado una guerra tan
terrible de
palabre, subrayando la importancia de la "idea de la
revolución" (pero ¿vale algo esta "idea",
cuando se teme hacer entre los obreros propaganda de las enseñanzas
concretas de la revolución?), o diciendo: "el
idealismo revolucionario, ante todo", o manifestando
que los obreros ingleses no son ahora "apenas más
que
pequeñoburgueses".
"En una sociedad socialista —escribe Kautsky
pueden coexistir las más diversas formas de empresas:
la burocrática [??], la tradeunionista, la cooperativa,
la
individual. . ." "Hay, por ejemplo, empresas que
no pueden desenvolverse sin una organización burocrática
[??] como ocurre con los ferrocarriles. Aquí la organización
democrática puede revestir la forma siguiente: los
obreros eligen delegados, que constituyen una especie de parlamento
llamado a establecer el régimen de trabajo y a
fiscalizar la administración del aparato burocrático.
Otras empresas pueden entregarse a la administración
de los sindicatos; otras, en fin, pueden ser organizadas sobre
el principio del cooperativismo" (págs. 148 y
115 de la traducción rusa, editada en Ginebra en 1903).
Estas consideraciones son falsas y representan un retroceso
respecto a lo expuesto por Marx y Engels en la década
del 70, sobre el ejemplo de las enseñanzas de la
Comuna.
Desde el punto de vista de la pretendida necesidad de una
organización "burocrática", los ferrocarriles
no se distinguen absolutamente en nada de todas las
empresas de la gran industria mecánica en general,
de cualquier fábrica, de un gran almacén, de
las grandes empresas agrícolas capitalistas. En todas
las empresas de
esta índole, la técnica impone incondicionalmente
una disciplina rigurosísima, la mayor puntualidad en
la ejecución del trabajo asignado a cada uno, a riesgo
de paralizar toda la empresa o de deteriorar el mecanismo
o los productos. En todas estas empresas, los obreros procederán,
naturalmente, a "elegir delegados, que constituirán
una especie de parlamento ".
Pero todo el quid del asunto está precisamente en que
esta "especie de parlamento" no será un parlamento
en el sentido de las instituciones parlamentarias burguesas.
Todo el quid del asunto está en que esta "especie
de parlamento" no se limitará a "establecer
el régimen de trabajo y a fiscalizar la administración
del aparato burocrático", como se figura Kautsky,
cuyo pensamiento no se sale del marco del parlamentarismo
burgués. En la sociedad socialista, esta "especie
de parlamento" de
diputados obreros tendrá como misión, naturalmente,
"establecer el régimen de trabajo y fiscalizar
la administración" del "aparato", pero
este aparato no será un
aparato "burocrático". Los obreros, después
de conquistar el Poder político, destruirán
el viejo aparato burocrático, lo desmontarán
hasta en sus cimientos, no dejarán de él piedra
sobre piedra, lo sustituirán por otro nuevo, formado
por los mismos obreros y empleados, c o n t r e cuya transformación
en burócratas serán tomadas
inmediatamente las medidas analizadas con todo detalle por
Marx y Engels: 1) No sólo elegibilidad, sino amovilidad
en todo momento; 2) sueldo no superior al salario de un obrero;
3) se pasará inmediatamente a que todos desempeñen
funciones de control y de inspección, a que todos sean
"burócratas" durante algún tiempo,
para que, de este modo, n a d i e pueda convertirse en "burócrata".
Kautsky no se paró, en absoluto, a meditar las palabras
de Marx: "la Comuna era, no una corporación parlamentaria,
sino una corporación de trabajo, que dictaba leyes
y
al mismo tiempo las ejecutaba".
Kautsky no comprendió, en absoluto, la diferencia entre
el parlamentarismo burgués, que asocia la democracia
(no para el pueblo ) al burocratismo (contra el
pueblo ), y el democratismo proletario, que toma inmediatamente
medidas para cortar de raíz el burocratismo y que estará
en condiciones de llevar estas medidas hasta el final, hasta
la completa destrucción del burocratismo, hasta la
implantación completa de la democracia para el pueblo.
Kautsky revela aquí la misma "veneración
supersticiosa" hacia el Estado, la misma "fe supersticiosa"
en el burocratismo.
Pasemos a la última y la mejor obra de Kautsky contra
los oportunistas, a su folleto titulado "El camino del
Poder" (inédita, según creemos, en Rusia,
ya que se publicó en pleno apogeo de la reacción
en nuestro país, en 1909). Este folleto representa
un gran paso adelante, ya que en él no se habla de
un programa revolucionario en general, como en el folleto
de 1899 contra Bernstein, no se habla de las tareas de la
revolución social, desglosándolas del momento
en que ésta estalla, como en el folleto "La revolución
social", de 1902, sino de las condiciones concretas que
nos obligan a reconocer que comienza la "era de las revoluciones".
En este folleto, el autor señala de un modo definido
la agudización de las contradicciones de clase en general
y el imperialismo, que desempeña un papel
singularmente grande en este sentido. Después del "período
revolucionario de 1789 a 1871" en la Europa occidental,
por el año 1905 comienza un período análogo
para el
Oriente. La guerra mundial se avecina con amenazante celeridad.
"El proletariado no puede hablar ya de una revolución
prematura".
"Hemos entrado en un período revolucionario".
"La era revolucionaria comienza".
Estas manifestaciones son absolutamente claras. Este folleto
de Kautsky debe servir de medida para comparar lo que la socialdemocracia
alemana prometía ser antes de la guerra imperialista
y lo bajo que cayó (sin excluir al mismo Kautsky) al
estallar la guerra. "La situación actual —escribía
Kautsky, en el citado folleto— encierra el peligro de
que a nosotros (es decir, a la socialdemocracia alemana) se
nos pueda tomar fácilmente por más moderados
de lo que somos en realidad". ¡En realidad, el
partido socialdemócrata alemán resultó
ser incomparablemente más moderado y más oportunista
de lo que parecía!
Ante estas manifestaciones tan definidas de Kautsky a propósito
de la era ya iniciada de las revoluciones, es tanto más
característico que, en un folleto consagrado
según sus propias palabras a analizar precisamente
la cuestión de la "revolución politica
", se eluda absolutamente una vez más la cuestión
del Estado.
De la suma de estas omisiones de la cuestión, de estos
silencios y de estas evasivas, resultó inevitablemente
ese paso completo al oportunismo del que
hablaremos en seguida.
Es como si la socialdemocracia alemana, en la persona de Kautsky,
declarase:
Mantengo mis concepciones revolucionarias (1899). Reconozco,
en particular, el carácter inevitable de la revolución
social del proletariado (1902). Reconozco que ha
comenzado la nueva era de las revoluciones (1909). Pero, a
pesar de todo esto, retrocedo con respecto a lo que dijo Marx
ya en 1852, tan pronto como se plantea la
cuestión de las tareas de la revolución proletaria
en relación con el Estado (1912).
Así, en efecto, se planteó de un modo tajante
la cuestión en la polémica de Kautsky con Pannekoek.
3. LA POLEMICA DE KAUTSKY CON PANNEKOEK
Pannekoek se levantó contra Kautsky como uno de los
representantes de aquella tendencia "radical de izquierda"
que contaba en sus filas a Rosa Luxemburgo, a Carlos
Rádek y a otros, y que, defendiendo la táctica
revolucionaria, abrigaban unánimemente la convicción
de que Kautsky se pasaba a la posición del "centro",
el
cual, vuelto de espaldas a los principios, vacilaba entre
el marxismo y el oportunismo.
Que esta apreciación era exacta vino a demostrarlo
plenamente la guerra, cuando la corriente del "centro"
(erróneamente denominada marxista) o del "kautskismo"
se
reveló en toda su repugnante miseria.
En el artículo "Las acciones de masas y la revolución"
("Neue Zeit", 1912, XXX, 2), en el que se toca la
cuestión del Estado, Pannekoek caracterizaba la posición
de
Kautsky como una posición de "radicalismo pasivo",
como la "teoría de esperar sin actuar". "Kautsky
no quiere ver el proceso de la revolución" (pág.
616). Planteando la
cuestión en estos términos, Pannekoek abordaba
el tema que nos interesa aquí, o sea el de las tareas
de la revolución proletaria respecto al Estado.
"La lucha del proletariado —escribía
no es sencillamente una lucha contra la burguesía por
el Poder del Estado, sino una lucha contra el Poder del Estado.
. . El
contenido de la revolución proletaria es la destrucción
y eliminación [literalmente:
disolución, Auflösung ] de los medios de fuerza
del Estado por los medios de fuerza del proletariado. . .
La lucha cesa únicamente cuando se produce, como resultado
final, la destrucción completa de la organización
estatal. La organización de la mayoría demuestra
su superioridad al destruir la organización de la minoría
dominante" (pág. 548).
La formulación que da a sus pensamientos Pannekoek
adolece de defectos muy grandes. Pero, a pesar de todo, la
idea está clara, y es interesante ver cómo Kautsky
la refuta.
"Hasta aquí —escribe Kautsky la diferencia
entre los socialdemócratas y los anarquistas consistía
en que los primeros quedan conquistar el Poder del Estado,
y los
segundos, destruirlo. Pannekoek quiere las dos cosas"
(pág. 724).
Si en Pannekoek la exposición adolece de falta de claridad
y no es lo bastante concreta (para no hablar aquí de
otros defectos de su artículo, que no interesan al
tema de que tratamos), Kautsky, en cambio, toma precisamente
la esencia de principio de la cuestión sugerida por
Pannekoek y en esta cuestión cardinal y de principio
Kautsky abandona entera mente la posición del marxismo
y se pasa con armas y bagajes al oportunismo. La diferencia
entre los socialdemócratas y los anarquistas
aparece definida en él de un modo completamente falso,
y el marxismo se ve definitivamente tergiversado y envilecido.
La diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste
en lo siguiente: 1) En que los primeros, proponiéndose
como fin la destrucción completa del Estado,
reconocen que este fin sólo puede alcanzarse después
que la revolución socialista haya destruido las clases,
como resultado de la instauración del socialismo, que
conduce a la extinción del Estado; mientras que los
segundos quieren destruir completamente el Estado de la noche
a la mañana, sin comprender las condiciones bajo las
que puede lograrse esta destrucción. 2) En que ]os
primeros reconocen la necesidad de que el proletariado, después
de conquistar el Poder político, destruya completamente
la vieja máquina del Estado, sustituyéndola
por otra nueva, formada por la organización de los
obreros armados, según el tipo de la Comuna; mientras
que los segundos, abogando por la destrucción de la
máquina del Estado, tienen una idea absolutamente confusa
respecto al punto de con qué ha de sustituir esa máquina
el proletariado y cómo éste ha de emplear el
Poder revolucionario; los anarquistas niegan incluso el empleo
del Poder estatal por el proletariado revolucionario, su dictadura
revolucionaria. 3) En que los primeros exigen que el proletariado
se prepare para la revolución utilizando el Estado
moderno, mientras que los anarquistas niegan esto.
En esta controversia, es precisamente Pannekoek quien representa
al marxismo contra Kautsky, pues precisamente Marx nos enseñó
que el proletariado no puede
limitarse sencillamente a conquistar el Poder del Estado,
en el sentido de pasar a nuevas manos el viejo aparato estatal,
sino que debe destruir, romper este aparato y
sustituirlo por otro nuevo.
Kautsky se pasa del marxismo al oportunismo, pues en él
desaparece en absoluto precisamente esta destrucción
de la máquina del Estado, completamente inaceptable
para los oportunistas, y se les deja a éstos un portillo
abierto, en el sentido de interpretar la "conquista"
como una simple adquisición de la mayoría.
Para encubrir su tergiversación del marxismo, Kautsky
procede como un buen exégeta de los evangelios: nos
dispara una "cita" del propio Marx. En 1850 Marx
había
escrito acerca de la necesidad de una "resuelta centralización
de la fuerza en manos del Poder del Estado". Y Kautsky
pregunta, triunfal: ¿Acaso pretende Pannekoek
destruir el "centralismo"?
Este es ya, sencillamente, un juego de manos, parecido a la
identificación que hace Bernstein del marxismo y del
proudhonismo en sus puntos de vista sobre el
federalismo que él opone al centralismo.
La "cita" tomada por Kautsky es totalmente inadecuada
al caso. El centralismo cabe tanto en la vieja como en la
nueva máquina del Estado. Si los obreros unen
voluntariamente sus fuerzas armadas, esto será centralismo,
pero un centralismo basado en la "completa destrucción"
del aparato centralista del Estado, del ejército
permanente, de la policía, de la burocracia. Kautsky
se comporta en absoluto como un estafador, al eludir los pasajes
perfectamente conocidos de Marx y Engels sobre la Comuna y
destacando una cita que no guarda ninguna relación
con el asunto.
"¿Acaso quiere Pannekoek abolir las funciones
estatales de los funcionarios? -- prosigue Kautsky --. Pero
ni en el Partido ni en los sindicatos, y no digamos en la
administración pública, podemos prescindir de
funcionarios. Nuestro programa no pide la supresión
de los funcionarios del Estado, sino la elección de
los funcionarios por el pueblo. . . De lo que en esta discusión
se trata no es de saber qué estructura presentará
el aparato administrativo del 'Estado del porvenir', sino
de saber si -nuestra
lucha política destruirá [literalmente: disolverá,
auflöst ] el Poder del Estado antes de haberlo conquistado
nosotros [subrayado por Kautsky]. ¿Qué ministerio,
con sus
funcionarios, podría suprimirse?" Y se enumeran
los ministerios de Instrucción, de Justicia, de Hacienda,
de Guerra. "No, con nuestra lucha política contra
el gobierno no
eliminaremos ninguno de los actuales ministerios . . . Lo
repito, para prevenir equívocos: aquí no se
trata de la forma que dará al 'Estado del porvenir'
la socialdemocracia triunfante, sino de la que quiere dar
al Estado actual nuestra oposición" (pág.
725).
Esto es una superchería manifiesta. Pannekoek había
planteado precisamente la cuestión de la revolución.
Así se dice con toda claridad en el título de
su artículo y en
los pasajes citados. Al saltar a la cuestión de la
"oposición", Kautsky suplanta precisamente
el punto de vista revolucio nario por el punto de vista oportunista.
La
cosa aparece, en él, planteada así: ahora estamos
en la oposición; después de la conquista del
Poder, ya veremos. ¡La revolución desaparece!
Esto era precisamente lo
que exigían los oportunistas.
Aquí no se trata de la oposición ni de la lucha
política en general, sino precisamente de la revolución.
La revolución consiste en que el proletariado destruye
el "aparato
administrativo" y todo el aparato del Estado, sustituyéndolo
por otro nuevo, formado por los obreros armados. Kautsky revela
una "veneración supersticiosa" de los
"ministerios", pero ¿por qué estos
ministerios no han de poder sustituirse, supongamos, por comisiones
de especialistas adjuntas a los Soviets soberanos y
todopoderosos de Diputados Obreros y Soldados?
La esencia de la cuestión no está, ni mucho
menos, en saber si han de seguir los "ministerios"
o si ha de haber "comisiones de especialistas" o
cualesquiera otras
instituciones; esto es completamente secundario. La esencia
de la cuestión está en si se mantiene la vieja
máquina del Estado (enlazada por miles de hilos a la
burguesía y empapada hasta el tuétano de rutina
y de inercia), o si se la destruye, sustituyéndola
por otra nueva. La revolución debe consistir, no en
que la nueva clase mande y gobierne con ayuda de la vieja
máquina del Estado, sino en que destruya esta máquina
y mande, gobierne con ayuda de otra nueva : este pensamiento
fundamental del marxismo se esfuma en Kautsky, o bien éste
no lo ha comprendido en absoluto.
La pregunta que hace a propósito de los funcionarios
demuestra palpablemente que no ha comprendido las enseñanzas
de la Comuna, ni la doctrina de Marx. "Ni en el
Partido ni en los sindicatos podemos prescindir de funcionarios'
. . .
No podemos prescindir de funcionarios bajo el capitalismo,
bajo la dominación de la burguesía. El proletariado
está oprimido, las masas trabajadoras están
esclavizadas
por el capitalismo. Bajo el capitalismo, la democracia se
ve coartada, cohibida, truncada, mutilada por todo el ambiente
de la esclavitud asalariada, por la penuria y la
miseria de las masas. Por esto, y solamente por esto, los
funcionarios de nuestras organizaciones políticas y
sindicales se corrompen (o, para decirlo más exactamente,
tienden a corromperse) bajo el ambiente del capitalismo y
muestran la tendencia a convertirse en burócratas,
es decir, en personas privilegiadas, divorciadas de las
masas, situadas por encima de las masas.
En esto reside la esencia del burocratismo, y mientras los
capitalistas no sean expropiados, mientras no se derribe a
la burguesía, será inevitable una cierta burocratización"
incluso de los funcionarios proletarios.
Kautsky presenta la cosa así: puesto que sigue habiendo
funcionarios electivos, esto quiere decir que bajo el socialismo
sigue habiendo también burócratas, Ique sigue
habiendo burocracia! Y esto es precisamente lo que es falso.
Precisamente sobre el ejemplo de la Comuna, Marx puso de manifiesto
que bajo el socialismo los funcionarios dejan de ser "burócratas",
dejan de ser "funcionarios", dejan de serlo a medida
que se implanta, además de la elegibilidad, la amovilidad
en todo momento, y, además de esto, los sueldos equiparados
al salario medio de un obrero, y, además de esto, la
sustitución de las instituciones parlamentarias por
"instituciones de trabajo, es decir, que dictan leyes
y las ejecutan".
En el fondo, toda la argumentación de Kautsky contra
Pannekoek, y especialmente su notable argumento de que tampoco
en las organizaciones sindicales y del Partido
podemos prescindir de funcionarios, revelan la repetición
por parte de Kautsky de los viejos "argumentos"
de Bernstein contra el marxismo en general. En su libro de
renegado "Las premisas del socialismo", Bernstein
combate las ideas de la democracia "primitiva",
lo que él llama "democratismo doctrinario":
mandatos imperativos,
funcionarios sin sueldo, una representación central
impotente, etc. Como prueba de que este democratismo "primitivo"
es inconsistente, Bernstein se refiere a la
experiencia de las tradeuniones inglesas, en la interpretación
de los esposos Webb.
Según ellos, en los setenta años que llevan
de existencia, las tradeuniones, que se han desarrollado,
a su decir, "en completa libertad" (página
137 de la edición alemana), se han convencido precisamente
de la inutilidad del democratismo primitivo y han sustituido
éste por el democratismo corriente: por el parlamentarismo,
combinado con el burocratismo.
En realidad, las tradeuniones no se han desarrollado "en
completa libertad", sino en completa esclavitud capitalista,
bajo la cual es lógico que "no pueda prescindirse"
de
una serie de concesiones a los males imperantes, a la violencia,
a la falsedad, a la exclusión de los pobres de los
asuntos de la "alta" administración. Bajo
el socialismo,
revive inevitablemente mucho de la democracia "primitiva",
pues por primera vez en la historia de las sociedades civilizadas
la masa de la población se eleva para intervenir por
cuenta propia no sólo en votaciones y en elecciones,
sino también en la labor diaria de la administración.
Bajo el socialismo, t o d o s intervendrán por turno
en la dirección y se habituarán rápidamente
a que ninguno dirija.
Con su genial inteligencia crítico-analítica,
Marx vio en las medidas prácticas de la Comuna aquel
viraje que temen y no quieren reconocer los oportunistas por
cobardía,
por no querer romper irrevocablemente con la burguesía,
y que los anarquistas no quieren ver, o por precipitación
o por incomprensión de las condiciones en que se
producen las transformaciones sociales de masas en general,
"No hay ni que pensar en destruir la vieja máquina
del Estado, pues ¿cómo vamos a arreglárnoslas
sin
ministerios y sin burócratas?", razona el oportunista,
infestado de filisteísmo hasta el tuétano y
que, en el fondo no sólo no cree en la revolución,
en la capacidad creadora de la revolución, sino que
la teme como a la muerte (como la temen nuestros mencheviques
y socialrevolucionarios).
"Sólo hay que pensar en destruir la vieja máquina
del Estado, no hay por qué ahondar en las enseñanzas
concretas de las anteriores revoluciones proletarias ni
analizar con qué y cómo sustituir lo destruido",
razonan los anarquistas (los mejores anarquistas, naturalmente,
no los que van a la zaga de la burguesía tras los señores
Kropotkin y Cía.); de donde resulta, en los anarquistas,
la táctica de la desesperación, y no la táctica
de una labor revolucionaria sobre objetivos concretos, implacable
y
audaz, y que al mismo tiempo, tenga en cuenta las condiciones
prácticas del movimiento de masas.
Marx nos enseña a evitar ambos errores, nos enseña
a ser de una intrepidez sin límites en la destrucción
de toda la vieja máquina del Estado, pero al mismo
tiempo
nos enseña a plantear la cuestión de un modo
concreto: la Comuna pudo en unas cuantas semanas comenzar
a construir una nueva máquina, una máquina proletaria
de
Estado, implantando de este modo las medidas señaladas
para ampliar el democratismo y desarraigar el burocratismo.
Aprendamos de los comuneros la
intrepidez revolucionaria, veamos en sus medidas prácticas
un esbozo de las medidas prácticamente urgentes e inmediatamente
aplicables, y entonces, siguiendo este
camino, llegaremos a la destrucción completa del burocratismo.
La
posibilidad de esta destrucción está garantizada
por el hecho de que el socialismo reduce la jornada de trabajo,
eleva a las masas a una nueva vida, coloca a la mayoría
te la población en condiciones que permiten a todos,
sin excepción, ejercer las "funciones del Estado",
y esto conduce a la extinción completa de todo Estado
en general.
". . . La tarea de la huelga general -- prosigue Kautsky
-- no puede ser nunca la de destruir el Poder del Estado,
sino simplemente la de obligar a un gobierno a ceder en
un determinado punto o la de sustituir un gobierno hostil
al proletariado por otro dispuesto a hacerle concesiones [entgegenkommende
]. . . Pero jamás, ni en modo
alguno, puede esto [es decir, la victoria del proletariado
sobre un gobierno hostil] conducir a la destrucción
del Poder del Estado, sino pura y simplemente a un cierto
desplazamiento [Verschiébung ] de la relación
de fuerzas dentro del Poder del Estado.
Y la meta de nuestra lucha política sigue siendo, con
esto, la que ha sido hasta aquí:
conquistar el Poder del Estado ganando la mayoría en
el parlamento y hacer del parlamento el dueño del gobierno"
(págs. 726, 721, 732).
Esto es ya el más puro y el más vil oportunismo,
es ya renunciar de hecho a la revolución acatándola
de palabra. El pensamiento de Kautsky no va más allá
de "un gobierno dispuesto a hacer concesiones al proletariado",
lo que significa un paso atrás hacia el filisteísmo,
en comparación con el año 1847, en que el "Manifiesto
Comunista" proclamaba la "organización del
proletariado en clase dominante".
Kautsky tendrá que realizar la "unidad",
tan preferida por él, con los Scheidemann, los Plejánov,
los Vandervelde, todos los cuales están de acuerdo
en luchar por un
gobierno "dispuesto a hacer concesiones al proletariado".
Pero nosotros iremos a la ruptura con estos traidores al socialismo
y lucharemos por la destrucción de toda la vieja máquina
del Estado, para que el mismo proletariado
armado sea el gobierno. Son "dos cosas muy distintas".
Kautsky quedará en la grata compañía
de los Legien y los David, los Plejánov, los Pótresov,
los Tsereteli y los Chernov, que están completamente
de acuerdo en luchar
por "un desplazamiento de la relación de fuerzas
dentro del Poder del Estado", por "ganar la mayoría
en el parlamento y hacer del parlamento el dueño del
gobierno",
nobilísimo fin en el que todo es aceptable para los
oportunistas, todo permanece en el marco de la república
parlamentaria burguesa. Pero nosotros iremos a la ruptura
con los oportunistas; y todo el proletariado consciente estará
con nosotros en la lucha, no por "el desplazamiento de
la relación de fuerzas", sino por el derrocamiento
de la burguesía, por la destrucción del parlamentarismo
burgués, por una República democrática
del tipo de la Comuna o una República de los Soviets
de Diputados
Obreros y Soldados, por la dictadura revolucionaria del proletariado.
Más a la derecha que Kautsky están situadas,
en el socialismo internacional, corrientes como la de los
"Cuadernos mensuales socialistas" en Alemania (Legien,
David, Kolb y muchos otros, incluyendo a los escandinavos
Stauning y Branting~, los jauresistas y Vandervelde en Francia
y Bélgica, Turati, Treves y otros representantes del
ala derecha del partido italiano, los fabianos y los "independientes"
("Partido Laborista Independiente", que en realidad
ha estado siempre bajo la dependencia de los liberales) en
Inglaterra, etc. Todos estos señores, que desempeñan
un papel enorme, no pocas veces predominante, en la labor
parlamentaria y en la labor publicitaria del partido, niegan
francamente la dictadura del proletariado y practican un oportunismo
descarado. Para estos señores, la "dictadura"
del proletariado
¡¡"contradice" la democracia!! No se
distinguen sustancialmente en nada serio de los demócratas
pequeñoburgueses.
Si tenemos en cuenta esta circunstancia, tenemos derecho a
llegar a la conclusión de que la Segunda Internacional,
en la aplastante mayoría de sus representantes
ofíciales, ila caído de lleno en el oportunismo.
La experiencia de la Comuna no ka sido solamente olvidada,
sino tergiversada. No sólo no se inculcó a las
masas obreras que se acerca el día en que deberán
levantarse y destruir la vieja máquina del Estado,
sustituyéndola por una nueva y convirtiendo así
su dominación política en base para la transformación
socialista de la sociedad, sino que se les inculcó
todo lo contrario y se presentó la "conquista
del Poder" de tal modo, que se dejaban miles de portillos
abiertos al oportunismo.
La tergiversación y el silenciamiento de la cuestión
de la actitud de la revolución proletaria hacia el
Estado no podían por menos de desempeñar un
enorme papel en el
momento en que los Estados, con su aparato militar reforzado
a consecuencia de la rivalidad imperialista, se convertían
en monstruos guerreros, que devoraban a millones de hombres
para dirimir el litigio de quién había de dominar
el mundo: sí Inglaterra o Alemania, si uno u otro capital
financiero.
|