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Chris Harman

 

Crisis económica, el capitalismo al descubierto

 


Primera publicación:  Este artículo se publicó en inglés, con el titulo "Economic Crisis - Capitalism Exposed", en la revista Socialist Review, en febrero de 2008. 
Edición en castellano:  En Lucha, abril de 2008.
Esta edición: Marzo 2012, por cortesía de En Lucha.


 

 

El economista marxista inglés Chris Harman indaga en este artículo las raíces e implicaciones de la creciente crisis crediticia

y explica por qué las crisis son de hecho una característica intrínseca al capitalismo.

 

“Los inversores no están más preocupados en si ciertos bancos tienen efectivo suficiente. Están preocupados acerca del riesgo de una recesión americana o incluso global”. Así resumía el 18 de enero el Financial Times el miedo de aquellos que viven de las ganancias capitalistas.

Los comentaristas económicos ortodoxos están de acuerdo en una cosa: la crisis que empezó en una sección del sistema financiero el último verano puede que genere el caos a través de gran parte del sistema capitalista al que da apoyo.

El ex-secretario del Tesoro de EEUU, Lawrence Summers, dice que EEUU puede estar cayendo ya en una recesión. Alan Greenspan, anterior director de la Reserva Federal estadounidense, sitúa las probabilidades de que esto ocurra en un 50%. Un informe de Naciones Unidas advierte de un “peligro presente y claro” de una desaceleración de la economía global hasta casi llegar a detenerse este año.

Ben Bernanke, el sucesor de Greenspan en la Reserva Federal, trata de pintar un cuadro un poco más luminoso. Espera que el crecimiento de este año vaya un poco más lento, pero no prevé recesión. Bernanke es supuestamente un experto en crisis, que ha escrito disertaciones académicas sobre el rol de la moneda en la gran depresión de los 30.

Pero el verano pasado falló completamente en prever que una crisis estaba a punto de golpear al sistema financiero. No se puede tener mucha fe en sus predicciones, ni en las que hagan otros economistas pro-capitalistas ortodoxos. Su fe ciega en el capitalismo como una máquina de hacer dinero significa que casi siempre creen que las cosas van a ir maravillosamente bien hasta que de repente van mal.

En cualquier caso, Bernanke estaba suficientemente preocupado como para bajar las tasas de interés, mientras George Bush presionaba al Congreso para que aceptara un programa de emergencia de recorte de impuestos.

Ambos esperaban desesperadamente que estas medidas pudieran prevenir que la desaceleración de la economía se convirtiera en depresión.

Una cosa está absolutamente clara. El optimismo extremo en relación a la economía mundial que caracterizó a la mayoría de las opiniones ortodoxas hace sólo un año se mostró completamente erróneo. Era típico el informe mundial de abril del Fondo Monetario Internacional (FMI), con su predicción de que “la economía mundial todavía está bien situada para un crecimiento robusto continuo, en 2007 y 2008”.

El primer ministro inglés, Gordon Brown, y el gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, estaban tan enamorados de las maravillas del libre mercado que subestimaron la seriedad de lo que estaba pasando, incluso tras la crisis que surgió a mediados de agosto. King no cedió ante la demanda de sus amigos del sistema financiero para bajar las tasas de interés, mientras Brown creía que sólo tenían que prometer apoyo para el Northern Rock para que sus problemas se solucionaran automáticamente. No eran conscientes de que al final decenas de billones del dinero de los contribuyentes estarían implicados.

Enfrentados al desbarajuste del sistema, eran como gente tratando de navegar un barco sin mapa, compás o timón.

Depositaron su fe en la economía “neoclásica” ortodoxa, tal y como se enseña en los institutos y las universidades, ya que se supone que prueba la superioridad del capitalismo frente a cualquier posible alternativa. Pero nunca ha sido capaz de explicar la propensión del sistema a las crisis.

El sistema descansa sobre la interacción no planificada de miles de corporaciones multinacionales y un puñado de grandes gobiernos. Es como un sistema de tráfico sin señalización, carteles, semáforos, restricciones de velocidad o incluso una concienciación clara de que todas y todos deben conducir por un mismo lado de la carretera. Esto hace que sea muy difícil, para aquellos que proclaman tener una visión del sistema, evitar que los derrumbes en el sector financiero se generalicen en algo mucho más serio dentro de unos meses. Y cualquier éxito que tengan será temporal, como mucho demorando el momento de la catástrofe un par de años.

De dónde sale la crisis

Para ver el por qué, es necesario mirar de dónde ha venido la crisis. Todo el mundo está de acuerdo en que las causas inmediatas yacen en las hipotecas de alto riesgo de EEUU. Ávidos de hacer ganancias fáciles, los financieros empezaron a prestar dinero a quienes antes eran vistos como altamente peligrosos porque eran pobres, no tenían empleo seguro o no habían sido capaces de pagar deudas previas. Los precios de las casas estaban subiendo y se asumió que si no podían mantener los pagos de sus hipotecas podrían expropiarlas y venderlas con una ganancia muy apetecible.

Los financieros que prestaron dinero en mucho de los casos no lo hicieron de sus propios bolsillos. Éstos, a su vez, fueron a pedir dinero a otros, y ésos, en consecuencia, pidieron en otro lado. En cada fase, pequeñas diferencias en tasas de interés para números muy grandes de transacciones implicaban sumas enormes de dinero, que aparentaban beneficios sin esfuerzo. Virtualmente todos los grandes bancos en ambos lados del Atlántico se unieron, constituyendo entidades especiales para poder pedir prestado y dar crédito, empaquetando toda clase de tipos de préstamos juntos, que se llamaron “instrumentos financieros”. Durante un tiempo todo parecía ir bien y los que estaban involucrados se felicitaban unos a otros por su brillante actuación emprendedora. Hace justo un año, en el Northern Rock tuvo lugar “el brindis de una glamorosa cena en el sistema financiero donde fue alabado por sus habilidades en innovación financiera”. Políticos como Gordon Brown estaban de acuerdo, de todo corazón.

Los primeros signos de que no todo iba tan bien se mostraron hace alrededor de 18 meses. El crecimiento económico de EEUU empezó a ser menor, causando un incremento brusco en el número de hipotecados e hipotecadas que no podían pagar las tasas de interés y de quienes dependía todo el negocio. Crecía el número de expropiaciones. Pero los implicados en el negocio de los “instrumentos financieros” estaban más interesados en continuar con la cosecha de beneficios que en los problemas de las y los estadounidenses pobres.

Entonces, a medida que caían los precios inmobiliarios, los prestamistas de hipotecas descubrieron que no podían hacer suficiente negocio vendiendo el millón de casas expropiadas como para pagar lo que ellos mismos habían pedido prestado. Los bancos que se habían mostrado tan deseosos en prestarles dinero, de repente se enfrentaron a pérdidas de decenas de billones de dólares. Lo que empeoraba más la situación era que nadie sabía con exactitud cómo era de profundo el problema de cada banco en particular, porque los “instrumentos financieros” que usaron eran muy complejos. Las instituciones financieras de todo el sistema sintieron miedo para prestarse dinero entre ellas, ya que no sabían si lo recuperarían. Esto provocó lo que se llamó la “crisis crediticia”.

El capitalismo moderno depende, para su actividad del día a día, del crédito/préstamo (ver la caja: banca y crédito). Cada negocio espera ser capaz de comprar ciertas cosas a crédito, posponiendo el pago hasta que haya vendido lo que produjo. Una crisis del crédito se ha comparado con un ataque al corazón. Si no se lo trata, el metabolismo entero se viene a pique. Por eso, los gobiernos cuya filosofía es no hacer nada para interferir con el mercado libre se apresuran en hacerlo, poniendo billones de dólares en manos privadas y esperando que los receptores usen ese dinero para empezar nuevamente con el ciclo de préstamos.

Hay muchos comentaristas en los medios que ven que la historia termina ahí. Usualmente la única lección que sacan es la necesidad de mayor regulación financiera. Todo el debate sobre lo que pasó degenera entonces en una argumentación acerca de exactamente cuánta regulación es pertinente.

Sin embargo, algunos han mirado un poco más allá. Uno de los que han estado más preocupados por la dirección de los sucesos ha sido Martin Wolf del Financial Times (quizá porque había malinterpretado completamente lo que pasaba diez años atrás cuando la crisis asiática empezó en Tailandia, describiéndola como un mero “hipo”). “Ahora tengo miedo de que la combinación de la fragilidad del sistema financiero con los enormes beneficios que genera para los que están dentro, destruya algo todavía más importante –la legitimidad política de la propia economía de mercado– a través de todo el globo”, escribió recientemente.

Los comentaristas como él apuntan que el crecimiento económico en EEUU desde la última recesión, siete años atrás, ha sido hasta cierto punto considerable, propulsada por una deuda creciente, tanto de las y los consumidores como del gobierno estadounidense. Muchos de los bienes producidos por las firmas estadounidenses no se podrían haber vendido sin ese préstamo y, si se acaba, es inevitable que baje el ritmo de la economía. Y no sólo las firmas estadounidenses se ven afectadas. Si uno de los motores de la expansión económica mundial ha sido EEUU, el otro ha sido China. Y algo central para su crecimiento han sido los cientos de billones de dólares que exporta al año a EEUU.

Para agregar dificultades –y complejidades para los gobiernos y los bancos centrales que intentan solventarlas– gran parte del préstamo que ha permitido a los consumidores estadounidenses comprar bienes chinos viene de la propia China. Efectivamente, los beneficios de China de vender bienes a EEUU a través del pacífico se han usado para comprar dichos productos. El consumidor estadounidense, como dice Wolf, es el “comprador de último recurso para la economía mundial”.

Un importante estudio de la economía mundial, auspiciado por el FMI hace tres años, muestra cómo sucede esto. Alrededor del 10% de los “ahorros” de China (para usar el término convencional para ganancias) sobra después de que se hayan hecho las inversiones para el próximo ciclo. Es gran parte de este excedente se ha utilizado como préstamos para la economía de EEUU. “Ahorros” de otros países del sudeste asiático y de algunos estados productores de petróleo han seguido el mismo camino. Incluso la industria estadounidense ha estado “ahorrando” más de lo que reinvierte, prestando el excedente a los bancos, que a su vez se lo prestan a los consumidores.

Enormes implicaciones

Esto ha tenido enormes implicaciones. Para que una economía capitalista funcione suavemente, la riqueza que se produce a través del sistema debe ser comprada. Las y los trabajadores y campesinos en todo el mundo no pueden comprar más que una porción de ésta, ya que sus estándares de vida se mantienen bajos para obtener beneficios. Esto significa que el resto deben usarlo los capitalistas, ya sea para su consumo personal, para gastos de estado que parezcan esenciales para ellos mismos (ejércitos, armas, etc.) o en inversiones que busquen futuros beneficios.

Si la inversión baja por debajo del ahorro, una brecha se abre entre lo que se produce y lo que se compra. Algunas firmas no pueden vender toda su producción y despiden a las y los trabajadores para mantener el equilibrio en su contabilidad. Esto reduce todavía más lo que se puede comprar y se promueve una recesión.

Esto aún no ha pasado en los últimos cinco años, ya que el préstamo para los consumidores norteamericanos ha provisto mercados extras y absorbió la producción de plusvalía.

Pero la crisis crediticia está poniendo freno a todo esto, y la construcción de casas y ventas de coches en EEUU ya están siendo afectadas. Incluso si los bancos recuperan confianza como para prestarle a otros bancos, no van a empezar rápidamente a prestar a la gente a menos que tengan muy buenos perfiles de crédito. Por eso las posibilidades de una recesión son tan grandes, y por eso tendría tanto impacto fuera de EEUU.

La historia que cuentan Martin Wolf y compañía, no es de todos modos completa. No pueden explicar por qué la economía mundial se ha vuelto tan dependiente del consumo estadounidense. Para contestar esa pregunta es necesario mirar más allá de cualquier versión que presenten los economistas ortodoxos –la de una enfermedad que está sufriendo la economía desde los 70.

Lo que motiva a los capitalistas para invertir no es sólo el nivel absoluto de beneficios que hacen, sino la “tasa de ganancias” –esto es, la proporción entre beneficios e inversión necesaria. Ésta fue más o menos constante desde finales de los 40, los 50 y los 60. Así, esos años vieron una inversión creciente y un boom continuo, algunas veces conocido como “la era dorada del capitalismo”. Pero desde finales de los 60 hasta 1982 las tasas de ganancia cayeron, hasta que fueron sólo la mitad del nivel medio de las dos décadas previas (ver la caja: Marx y la tasa de ganancias). Las profundas recesiones económicas de mediados de los 70 y principios de los 80 fueron un resultado de esta caída.

Los economistas ortodoxos usualmente culpan a las subidas repentinas del precio del petróleo. Pero estas subidas las habría absorbido fácilmente el sistema si las tasas de ganancia no hubiesen caído tanto.

Las tasas de ganancia se pudieron recuperar parcialmente a mediados de los 80 y a mediados de los 90. Una cosa que lo posibilitó fue el incremento en los ingresos nacionales a expensas de los salarios. En todos lados esto implicó mayor presión para que la gente trabaje más duro y ataques a los servicios del bienestar (el “salario social”). En EEUU esto también significó una caída en el salario real desde principios de los 70 hasta finales de los 90 y un incremento masivo en las horas totales de trabajo. En Europa todavía no ha habido la misma caída en los salarios reales, pero Gran Bretaña ha visto un aumento en las horas de trabajo (particularmente si se incluyen las horas extras no pagadas que son la maldición de muchas y muchos trabajadores de oficina) y ahora hay mucha presión para que suceda lo mismo en la mayoría de países europeos.

Mientras tanto, la bancarrota de algunos grandes capitalistas ha permitido que otros ganen a su costa. Rupert Murdoch se benefició de la muerte del imperio mediático de Robert Maxwell hace 15 años, una ola de bancarrotas en la industria de las líneas aéreas permitió mayores beneficios para sobrevivientes como British Airways, British Aerospace (Bae) se ha beneficiado de los problemas de GEC-Marconi, y así sucesivamente.

Pero los beneficios nunca se recuperaron más allá de la mitad de su declive previo y los booms rápidamente se convirtieron en problema, con la quiebra del mercado de acciones en octubre de 1987 y la crisis asiática de 1997. En ambas ocasiones la Reserva Federal de EEUU y el Banco de Inglaterra reaccionaron cortando las tasas de interés e intentando promover el préstamo. Estas medidas fueron capaces de extender los booms y los comentaristas en cada ocasión aseguraron que el capitalismo había entrado en una nueva era de crecimiento sin fin, hasta que se descubrió que las recesiones sólo habían sido pospuestas un par de años y no eliminadas para siempre.

La recesión 2001-2002 fue particularmente amenazadora para la economía estadounidense. Firmas gigantes como General Motors ya estaban teniendo pérdidas antes de los ataques del 11-S, lo que añadió más pánico en las direcciones empresariales. El gobierno estadounidense se apresuró a recortar impuestos a los ricos y a aumentar el gasto en armamento, mientras la Reserva Federal bajaba radicalmente las tasas de interés para promover niveles todavía más altos de préstamo que antes. Esto arrastró a la economía fuera de la recesión –de hecho, algunos economistas ortodoxos fueron tan lejos como para afirmar que la recesión nunca había ocurrido. Pero yacía en la base de los problemas a los que ahora se enfrenta el sistema.

Por un tiempo, las grandes compañías fueron capaces de mejorar sus tasas de ganancia haciendo recortes masivos en su fuerza de trabajo, con 2’7 millones de trabajadoras y trabajadores industriales despedidos (cerca de 1 de cada 6). Los salarios reales, que habían subido por primera vez en un cuarto de siglo al final de los 90, cayeron otra vez.

Pero incluso cálculos hechos por el economista marxista Robert Brenner sugerían que el pico de la tasa de ganancias en 2005 sólo iba a ser igual que los niveles de la víspera de cada crisis previa desde mediados de los 70. En 2008 la firma más grande del país, WalMart, anunció una caída en sus beneficios, mientras las grandes compañías estadounidenses General Motors y Ford tuvieron pérdidas récord. Fue entonces cuando la desaceleración del crecimiento económico golpeó la capacidad de mucha gente pobre para seguir pagando sus hipotecas.

La subida en las tasas de ganancias no fue suficiente como para aumentar la inversión a sus niveles previos –Brenner calcula que el crecimiento de la inversión fue el más bajo de todas las recuperaciones económicas del último medio siglo. A su vez, el aumento en las ganancias recortó la capacidad de las y los trabajadores para comprar todos los bienes de consumo que se estaban produciendo. De aquí viene la centralidad del préstamo personal, que se elevó al nivel récord del 9% del Producto Interior Bruto (PIB). No había otra manera para que todos los bienes que producía el capitalismo se pudieran vender. Si el crédito colapsaba, tendría que haber una recesión.

Éste no es sólo un problema de EEUU. Hay quienes señalan la masiva tasa de expansión de la economía china y sugieren que puede rescatar al resto del sistema. Pero esa expansión descansa en buena parte en la venta de bienes a EEUU. Si la economía norteamericana sufre una crisis, la china se enfrentará también a serios problemas.

La respuesta de los gobiernos capitalistas y sus bancos centrales consistió en tomar algunas medidas desesperadas para que siguiera funcionando el crédito. Una manera de hacerlo era recortando las tasas de interés, tanto como para virtualmente dar dinero a los bancos para que le prestaran a la gente. Martin Wolf comparaba esto con tirar dinero desde helicópteros. Otra manera sería incrementando el préstamo desde el gobierno. Es lo que propone Bush con sus recortes de impuestos.

Pero los estados siempre se enfrentan a problemas si simplemente imprimen notas bancarias para recortar tasas de interés o cubrir el costo de bajar impuestos. Dichos métodos a veces pueden dar un impulso de corto plazo a la economía. Pero necesariamente son un remedio a corto plazo, ya que no resuelven el problema fundamental de cómo aumentar los beneficios para fomentar la inversión sin bajar salarios y así no perjudicar el mercado de bienes. Así, el estado japonés bajó las tasas de interés hasta prácticamente cero a lo largo de los 90 y todavía no ha vuelto a hacer funcionar la economía a los niveles previos.

Los gobiernos europeos y estadounidense temen que estas medidas aumenten los precios (todavía por encima de lo que implica la subida actual del petróleo y los alimentos) sin poder evitar la desaceleración de la economía, produciendo una combinación de estancamiento e inflación. En EEUU el miedo se multiplica por la forma en que la combinación de crisis financiera y bajas tasas de interés está llevando a una rápida caída en el valor internacional del dólar. Esto incrementará los precios internos en EEUU, así como debilitará el poder económico global de la clase dominante estadounidense. Sólo es posible que tales medidas pospongan las crisis, como lo hicieron a finales de los 80 y de los 90. Pero no serán capaces de nada más.

La economía británica se enfrenta a algunos de los mismos problemas que EEUU. El préstamo se ha elevado a una proporción incluso mayor que allí, con una relación entre la deuda y los ingresos del 162,9%, comparada al 137,3% de EEUU. El boom del precio de las casas ha sido incluso más frenético, con precios que se cuadriplicaban en 12 años. Ya hay signos de que los precios inmobiliarios están empezando a caer y el número de expropiaciones a elevarse.

Más importante, quizás, es la política de Gordon Brown, que durante los últimos 11 años ha sido la de compensar la continua destrucción de empleos industriales intentando hacer que Londres sea el centro del sistema financiero. Como resultado, allí la crisis financiera puede tener un efecto directo proporcionalmente mayor en los empleos que en cualquier otro lugar. Al mismo tiempo, tiene menos espacio de maniobra que el gobierno de EEUU cuando se trata de mantener la economía a flote sustituyendo el gasto estatal con préstamo privado. Empezó a incrementar el gasto del gobierno hace 6 años (después de recortarlo hasta la saciedad en los cuatro previos), como medida para sostener el apoyo electoral y limitar el impacto de la última recesión estadounidense. Ahora se encuentra bajo presión para recortar nuevamente dicho gasto.

Su respuesta hasta el momento se ha basado en su fe en que el mercado puede funcionar de maravilla si mantiene contentos a los capitalistas. De ahí su oferta de grandes cantidades de dinero para una solución “pública privada” al desastre del Northern Rock. De ahí tanta insistencia en mantener bajos los salarios del sector público.

Estas medidas no van a ser suficientes para proteger al capitalismo si la tormenta que se avecina en EEUU se desarrolla plenamente este año, pero sí van a profundizar el descontento generalizado. También puede darle a la gente muchos argumentos sobre la locura de un sistema económico que se basa en la búsqueda de beneficios.

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Banca y crédito

El sistema financiero se retrata frecuentemente como un sistema “global” y “sin peso”, que no tiene raíces en la economía “real” y que carece de una base nacional particular.

Pero las finanzas han tenido siempre una importancia central para el capitalismo. En cualquier momento, un capitalista tendrá efectivo en exceso que no podrá invertir, mientras otros querrán expandirse pero no tendrán acceso al capital necesario para hacerlo. Los bancos permiten que los capitalistas depositen dinero que no pueden usar inmediatamente y se beneficien de los intereses, así como pedir prestado el dinero que necesitan y por el que pagan intereses. Esto lubrica el capitalismo, pero si este proceso empieza a funcionar mal puede amenazar la estabilidad del sistema entero. Como decía Karl Marx, “la banca y el crédito se han convertido en los medios más potentes para llevar a la producción capitalista más allá de sus propios límites y en el vehículo más efectivo de crisis y estafa”.

Los bancos centrales, como la Reserva Federal de EEUU y el Banco de Inglaterra, son jugadores clave en el mundo de las finanzas. Estos bancos centrales, que son objeto en diferentes grados de control gubernamental, están firmemente arraigados a un país en particular, formando un pivote que articula el sistema financiero a nivel general. Generalmente tienen el monopolio sobre la edición de moneda y un gran poder para influenciar las tasas de interés.

 

 

Marx y la tasa de ganancias

La tasa de ganancias –cuánto dinero de ganancias obtiene un capitalista por cada euro que invierte– es central para la dinámica capitalista. Karl Marx argumentaba que había una tendencia general a que esta tasa de ganancias cayera.

Sostenía que el “trabajo vivo”, el trabajo hecho por aquellas y aquellos explotados por un capitalista, era la fuente de los beneficios. El trabajo vivo crea nuevo valor y parte de éste se devuelve al trabajador en forma de salario. La ganancia viene del valor generado por encima de éste –la plusvalía.

Pero los capitalistas no sólo contratan trabajo vivo. También compran “trabajo muerto” –maquinaria, materias primas, etc. Éste es el producto del trabajo anterior llevado a cabo por otro grupo de trabajadores. Los capitalistas que manufacturan y venden estas maquinarias y materias primas pueden conseguir ganancias, pero el capitalista que compra el trabajo muerto no hace negocio con éste.

Marx explicaba que con el tiempo la competición entre los capitalistas los fuerza a invertir en más y más trabajo muerto –por lo que cada trabajador pone en funcionamiento una cantidad más grande de maquinaria y materias primas. Pero si la cantidad total de trabajo muerto aumenta, mientras que el trabajo vivo (la fuente de ganancias) se mantiene igual, el capitalista deberá invertir más para sacar el mismo beneficio. De aquí que la tasa de ganancias tienda a caer.