Publicado: En La Voz de la Mujer Nº
7, 18 de octubre de 1896, Buenos Aires.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, febrero 2020.
Fuente de la edición: Pepita Gherra, "¡Jirones!...",
en La Voz de la Mujer Nº 7, 18 de octubre de 1896; facsímil en nuestros archivos.
Transcripción y HTML: Por Juan Fajardo, para marxists.org, febrero 2020.
Finalizaba el mes de diciembre y con él el año 1880; año que cual todos los que hubo antes y después, fue fe-cundo en miserias y desgraciados acontecimientos, no para la política o ciertas patrias, mas sí para la clase obrera de todo el globo, la cual vio (según el uso y costumbre desde que hay gobierno) aumentarse sus impuestos, las contribuciones, el número de senadores y diputados (los cuales se multiplican como la hierba mala) y por ende la miseria, el hambre y los padecimientos y también el ejército y la escuadra.
Era la hora del amanecer. El astro Rey, que, como tal, es perezoso, caminaba ese día con sobrada lentitud, a causa tal vez de lo frío y destemplado de la mañana, pues era de ésas que ponen en estado lamentable la nariz y orejas de los que sin capa, guantes y otros excesos se ven obligados por la necesidad a andar por esas calles de ... piedra.
Con todo de ser aquella mañana de las más frías que he pasado, habíame yo salido a distraer mi lánguida tristeza, o mejor dicho a aumentarla, pues tal fue lo que conseguí, aun cuando no era ése mi propósito; paseando según acostumbro cuando estoy de mal humor, que es casi siempre.
Con paso lento y maquinal me dirigía no sé por qué calle hacia no recuerdo qué sitio (detalles exactos), pensativa y cabizbaja, semipegada a la pared, con el solo objeto de evitar encuentros y dicharachos, lo cual no conseguía, pues parece ser que los señores del sexo barbudo no se creen tales si no dicen al pasar al lado de una mujer alguna de esas frases estúpidas que constituyen el manoseado repertorio (vocabulario diría Gallini) callejero, del arte de ... pavear.
Caminaba como digo al azar y sin rumbo fijo, cuando de pronto llamó mi atención un envoltorio, algo así como un paquete de ropas, que yacía en el umbral de una casa de lujosa apariencia y señorial aspecto.
Inclinéme con presteza, ardiendo en deseos de saber qué era lo que aquel paquete o envoltorio contenía, y figuraos cuál sería mi sorpresa cuando al descubrir un fino lienzo que lo cubría, me hallé con una carita fría y amoratada.
¡Era un recién nacido!
¡Hijo de mi alma! -exclamé-, sin poder contener mi emoción, cómo es posible que haya seres tan desnaturalizados que ... mas no, me interrumpí, calle la torpe lengua, ¿quién sabe con cuánto dolor, con qué angustioso pesar se determinó la madre de este niño a abandonarlo de tal modo? ...
Palpitante de emoción, con el corazón henchido de triste dulzura arropé contra mi seno a aquel inocente pequeñuelo y lo llevé a mi desmantelado hogar. Una vez en él lo desenvolví y al hacerlo pude ver que era una niña, ¡pobre ser!, su boquita entreabierta buscaba con afán una fuente de vida en que nutrirse y al no hallarla, prorrumpió en lastimoso llanto.
¡Ay! aquel llanto resuena aún a través de dieciséis años sin cesar en mis oídos y constituye uno de mis más tristes y dolorosos recuerdos.
¡Imagen de aquella niña, huérfana del cariño de sus padres y sin un ser que se interesase por su suerte, es mi mártir corazón que solo, aislado y sin consuelo, arrostró entre la tenebrosa oscuridad de la noche de mis días, huérfano del cariño y del placer como nave, que combatida sin cesar por el desatado y violento vendaval, desarbolada y sin timón, no halla puerto en que guarecerse! ¡Ay de mí! la sorda tempestad de mis dolores ¿cuándo tendrá fin? …
Al desenvolver las ropas de aquel ser, trozo de carne humana palpitante, modelado con las líneas más puras de la belleza femenina, hallé una carta que entre otras cosas decía: ...
"sin embargo, sin valor para soportar el escarnio, los insultos y la rechifla del mundo, véome obligada a abandonarla, ¡pobre hija mía! al azar del mundo impío, mas sepa quien recoja este harapo de carne tibia y sonrosada, que no es hija del vicio ni de la corrupción".
"No, hija mía, hija del amor más puro y noble, más inmenso y grande, quiso tu suerte desdichada privarte antes de nacer del que te acogería como hija, y si yo te abandono es porque el mundo me niega el derecho de sentirme orgullosa de ser tu madre ¿por qué? porque mis amores no estaban legalizados", ¡como si el amor precisara más sanción que la del corazón de los que se aman!
"Mis padres, ancianos ya, morirían de vergüenza y morirían maldiciéndome si supieran que yo, yo su única y querida hija, los había deshonrado y antes que tal suceda prefiero sufrir yo sola, aunque mi corazón se rasgue en jirones."
... después de estos párrafos hacía toda clase de recomendaciones, rogando a la persona que recogiera a su hija que le pusiera el nombre de Miriam y que la cuidara y quisiera como a hija propia.
Dieciséis años estuvo a mi lado, yo la amaba como amara a una hija, si la tuviera. Desgraciadamente yo no era aún Anarquista, así que temiendo fuera víctima de un engaño, era excesiva-mente rigurosa con ella en lo que se refería a relaciones amorosas, rigor que dio por resultado precisamente lo que más temía, esto es, fue madre sin ser esposa.
Seducida por un capataz de una fábrica que aún hoy existe, pues de esto apenas hace 10 meses, fue abandonada por él cuando estaba próxima a ser madre, y para huir de mi cólera fue a ocultar su falta en un hospital y cuando pasado el período de la convalecencia buscó trabajo y se convenció de que en ninguna parte obtendría lo suficiente para pagar la lactancia de su niña (pues era una niña, según me lo dijo en su última carta) y cubrir sus necesidades, no halló más camino que el de la prostitución.
He aquí la carta en que me manifestaba su resolución, dice así:
"Querida madre:(1) "Olvida para siempre, ¡oh, madre mía! que tienes en el mundo una hija; haz de cuenta que no existe ya, que ha muerto.
"Amaba y era amada, sí, era ama-da, y es por esto que a pesar de tu vigilancia, a pesar de tus cuidados me entregué en brazos del objeto de mi amor. No era casada, bien lo sabía, mas yo ignoraba que sin ese requisito no se podía amar. Además, si el que hoy me abandona lo hace así, es indudable que lo hace porque ya no me ama, y si esto es así, es mil veces preferible no haberse casado, porque imagínate cuál sería el tormento de mi vida al verme sujeta y unida para siempre a un hombre que no me amara y al cual, como es lógico suponer, también dejaría de amar yo más tarde o más temprano, puesto que quien ama pide ternuras y arrullos y quien no ama da disgustos y palos muchas veces, dado que vive disgustado y contra su voluntad. Por todo lo cual prefiero no ser casada y ser libre.
"A ti, querida madre te extrañará sin duda la lógica glacial de mis palabras, pero dejarán ellas de extrañarte al decirte que esto me lo enseñó una compañera de cama en el hospital (a que fui a dar a luz).
"Si no me presento a ti es por te-mor a tus justas reconvenciones, pues a pesar de todo, tú creerás que he deshonrado tus canas y enlodado tu honor, y más que todo por evitarte la vergüenza que las murmuraciones res-pecto de mi conducta te ocasionaría. Sin mi presencia podrás evitarla.
"Madre querida, tengo una niña, una hija, ¿comprendes? a la que amo como tú me amabas a mí, como aman las madres y convencida que con mi trabajo jamás podría ganar lo suficiente para criarla y atender a mis necesidades; a causa de lo mezquino de los salarios, he tomado la resolución de vender mi cuerpo ... no maldigas madre mía al saber que el cuerpo de tu hija, este cuerpo que tú has cuidado con tanto esmero, no será de hoy en adelante otra cosa que carne que se vende al peso ... y si hay algo que pueda hacer que me perdones, sea el saber que si yo me prostituyo, lo hago por no abandonar a mi hija, a quien amo tanto, que por ella no retrocedo ante nada, ni nada me aterra.
"Madre, mis labios aún no han sido manchados con contactos impuros, antes que tal suceda, recibe de ellos un beso de amor, de veneración y paz de tu desgraciada
Hija"
(1) Conviene advertir que ella ignoraba las circunstancias de su nacimiento.
A pesar de esta carta (cuyo valor moral recién hoy comprendo, que yo rasgué bullente en ira), yo maldije mil y mil veces aquella joven infeliz.
Un mes más tarde supe que víctima del cieno del torrente y consumida por la tisis, había fallecido en el duro lecho del hospital de mujeres, a los pocos días de su caída y maldiciendo sin cesar la suerte impía a que la sociedad le había arrojado.
En cuanto a su hija, jamás supe nada de ella.
Todo cuanto pude saber fue el lugar do reposan los restos de aquella mártir y que destrozados por el bisturí del anatómico, fueron la mofa y el objeto de las risotadas de los practicantes que rodeaban la mesa en que se verificó la autopsia.
Aquellos restos tan sin compasión destrozados, reposan en un lugar apartado, en la necrópolis llamada Chacarita, y en una modesta y sencilla tumba a donde los hice trasladar, y al borde de la cual voy siempre que puedo, a llevar la cariñosa ofrenda de frescas flores con que la riego, tumba que no tiene loza ni inscripción alguna, pues ¿qué más loza que mi corazón, ni qué mejor inscripción que mi memoria?
En puridad jóvenes, hombres, todos cuantos insultáis a la ramera, cuál fue más noble de las dos madres, la que abandonó a su hija para salvarse, o la que por salvar a su hija sucumbió.
Y vosotras, queridas niñas que sentís asco y desprecio por esas infelices mujeres, ¿habéis comprendido por qué se cae?
¡Oh, tened corazón! no insultéis a la mujer caída, ¡ella es la mártir de esta sociedad!
¿Qué será de la hija de Miriam? ¡tal vez mañana será carne que se venda al peso!
Cuando tal pienso no puedo menos de maldecirme a mí y maldecir la sociedad y el mundo en el cual los nobles y puros corazones son constreñidos y arrojados al fango del torrente por la inicua maldad de la canalla del guante y la levita.
¿A qué admirarse, pues, que corazones ardientes y generosos traten de derrumbar por cualquier medio y a toda costa tan perniciosas instituciones?
Francamente os digo que se precisa ser un malvado para estar conforme con las bases antinaturales de esta corrupta y malsana sociedad.
El cauterio por el fuego es el temperamento a seguir con un miembro gangrenado.
Cautericemos, pues.
Vuestra
PEPITA GHERRA
Marzo 30 de 1896.